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mas

1

vaporosas,

fl'ores perfumadas

mos tonos.

-20-

coronadas de

i

de be]lísi-

Con lentitud armoniosa co–

menzaron .la danza, siguiendo el

compás de la música, levantan–

do rítmicamente los brazos, con

los ojos bajos i con cierta indo–

lencia.

Ya se acercaban o se al eja–

ban, trazando

con los pies las

más bellas figuras i produciendo

en el suelo

mu.sic~

les sonidos.

De pronto la música se hi–

zo vivísima;

·los bailadores ad–

quirieron las .mismas

animacio–

nes de la tonada; sus pies tam–

bién adquirieron

extraña alma,

i una ligereza extraordinaria.

O–

ra semejaban

·los batidores de

·las tinyas sonoras, ora parecían

palmotear en él . suelo ; i, en sus

raudos

giros,

con

.las túnicas

voladoras,

levantados

•los bra–

zos, que marcaban el compás de

la

kachua,

parecían

paJaros

multicolores que volaran batlan–

do.

Cojidos

de las manos los

hombres a

las

mujeres, daban

rápidas

volteretas,

pasando la

cabeza por entre

los brazos,

1

•luego

se separaban,

haciendo

difíciles contorsiones

armonio–

sas figuras .

C~só

la música i los baila–

dores marcaron

la última nota

del baile, con

la misma preci–

sión i maestría.

La sora

siguió circulando

por entre la alegre Corte de Sa–

pan lnka.

Era ya entrada la noche.

De entre las J\lustas se

alz~

Kuyaska,

el

formidable hara-

huec de.l Imperio.

El poeta tenía

la hermosa

faz pá.Jida; vestía

fioísima túni–

ca de Nanaska, primorosamente

labrada de esos dibujos simbóli–

cos propios

de los

nanaskas, i

llevaba la cabeza aureolada con

las flore s del kántut i 1la chihua.

Sapan lnka

l·e dirijió una

dulce mirada. Amaba con espe–

cial dilección

al primer cant01

de sus hazañas i de sus glorias.

Toda la Corte aplaudió al

harálluec,

i luego se

hizo un

profundo silencio.

La Nobleza

de T ahuantin–

suyu gustaba mucho de la mü–

sica, la danza i la poesía, cuyas

artes la conmovían i entusiasma–

ban.

Kuyaska dirijió

los brazo3

hacia el Monarca, en actitud de

reverencia profunda.

Luego co–

menzó a recitar su poema, con Ja

altivez i la emoción digna de su

i'lustre fama.

L:ikuñita de las punas

que cruzaste mi camino,

dejando en mi alma la huella

i el do'lor de tu recuerdo . ...

Apenas diste a mis ojos

la dicha de contemplarte,

partiste, uikuña huraña,

dejándome en soledad.

Desde entonces pena fiera

embarga mi corazón ;

i la Noche no me trae

ni sueño ni dulce paz.

Por ilad'eras i barrancos

te perseguí como un puma

i

en tu busca, suspirando,

me ha sorprendido la Luna.

Ni hambre ni sed por tu culpa.

Como el pájaro serrano

que en jaula de oro se muere,