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- T8-

mano, era una verdadera divini–

dad.

A prsar de su

afecto por

Atau Hualpa,

apenas

una leve

sonrisa se dibuió - en •los iabio::;

hermosos cuando

v01lvió los o–

jos para mirarlo.

Sentad

0

en

d Usnu, recu–

bierto de telas finísimas,

inmó–

vil como una

estatua viviente,

recibió a su hijo, quien ile tendió

los brazos, ricamente adornados,

después de bajar de sus anchas

espaldas

el

ati1lo de leños coñ

que entrara

cargado, en señal

de la sumisión más rendida.

-Que U iracccha

te guarcie,,

i que ·Inti te alumbre con su más

pura luz, ¡oh Sapan lnka

!-

le, di–

jo Atau Hualpa.

-Bienvenido,

nobi1ísimo hi–

de la Sob erana de Kit;u,-contes–

tó el Monarca, con paternal '11a·

jestad.

De la misma manera entra–

ron Kískis i C"lalku Chímac, se–

guidos d e varios nobLes,

trns de

los cuales

desfil;.ron

los ricos

presentes de lnka Atau Hua•ipa,

para e'l Emperador.

Todos !los cortesanos !reci–

bieron con naturaa cariño al in–

ka

i

sus nobles,

estre~hándoles

i.

pregun tándo~es

por su salud i

por los incide.ntes del v1a¡e, que

deseaban hubiera sido

comp~eta-

mente feliz ...... . .

El palacio

anunciaba un3.

fiesta.

Adornado de

ordinario

con las riquezas

más grandes,

deslumbraba

en esos momentos

con sus paredes

materiaQmente

forradas con planchas de oro, en

las que artistas eximios, habían

grabado la[.

escen:xs

gloriosa:;

d e l reinado de .Sapan lnka.

En 1os

angostos

espacios

d Pi ados especialmente, finísimas

telas mostraban exultantes dibu–

ios. en ' colores rotundós: ya era

el

kúntur, señor

de las Cordi–

lleras ciclópeas;

ya el

taruka

veloz, la hurañá uikuña, l.a alpa–

ka, el huanaku, o el il1ama apaci–

ble,

las sierpes

tremendas,

Jos

dioses i •los guerreros

que, ma–

nejando sus armas,

presentaban

combates mortales

aureol ado;

de gloria.

El cielo estaba cubierto de

suntuoso tapiz !lleno de adorn::>:>

de oro i de pedrería!s.

La::; ánforas más armoniosas

de Kosko ostentaban

1as flores

más raras de 'la

Sierra polícro–

ma.

Desde los

rincones, pumas

domesticados, miraban con ojos

fosfore~entes

a sus congéneres

labrados en oro.

Por las aristas

bajaban a–

menazantes

grandes

serpientes

del1 mismo metal.

De lo alto miraba el kún–

tar; i en especia

1

les columnas, a–

dornando la sala, el sagrado che–

kollo i otros pájaros de variados

colores, abrían

su pico

en un

canto perenne

que sólo

al' Sí–

,Jencio le era dado escuchar.

Las baldosas

de plata del

piso desa p a re cían .baj

0

'las

pieie~

de pumas i otros animales fero–

ces, sobre las que se habían re–

gado 'las flores más olorosas que

aromaban el aire.

Pronto las akllas, especiales

servidoras de Sapan lnl-a, esco–

j idas enlre las

doncellas de la

nobleza p ..J r

priv:•:egio, i distin-