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mano, era una verdadera divini–
dad.
A prsar de su
afecto por
Atau Hualpa,
apenas
una leve
sonrisa se dibuió - en •los iabio::;
hermosos cuando
v01lvió los o–
jos para mirarlo.
Sentad
0
en
d Usnu, recu–
bierto de telas finísimas,
inmó–
vil como una
estatua viviente,
recibió a su hijo, quien ile tendió
los brazos, ricamente adornados,
después de bajar de sus anchas
espaldas
el
ati1lo de leños coñ
que entrara
cargado, en señal
de la sumisión más rendida.
-Que U iracccha
te guarcie,,
i que ·Inti te alumbre con su más
pura luz, ¡oh Sapan lnka
!-
le, di–
jo Atau Hualpa.
-Bienvenido,
nobi1ísimo hi–
de la Sob erana de Kit;u,-contes–
tó el Monarca, con paternal '11a·
jestad.
De la misma manera entra–
ron Kískis i C"lalku Chímac, se–
guidos d e varios nobLes,
trns de
los cuales
desfil;.ron
los ricos
presentes de lnka Atau Hua•ipa,
para e'l Emperador.
Todos !los cortesanos !reci–
bieron con naturaa cariño al in–
ka
i
sus nobles,
estre~hándoles
i.
pregun tándo~es
por su salud i
por los incide.ntes del v1a¡e, que
deseaban hubiera sido
comp~eta-
mente feliz ...... . .
El palacio
anunciaba un3.
fiesta.
Adornado de
ordinario
con las riquezas
más grandes,
deslumbraba
en esos momentos
con sus paredes
materiaQmente
forradas con planchas de oro, en
las que artistas eximios, habían
grabado la[.
escen:xs
gloriosa:;
d e l reinado de .Sapan lnka.
En 1os
angostos
espacios
d Pi ados especialmente, finísimas
telas mostraban exultantes dibu–
ios. en ' colores rotundós: ya era
el
kúntur, señor
de las Cordi–
lleras ciclópeas;
ya el
taruka
veloz, la hurañá uikuña, l.a alpa–
ka, el huanaku, o el il1ama apaci–
ble,
las sierpes
tremendas,
Jos
dioses i •los guerreros
que, ma–
nejando sus armas,
presentaban
combates mortales
aureol ado;
de gloria.
El cielo estaba cubierto de
suntuoso tapiz !lleno de adorn::>:>
de oro i de pedrería!s.
La::; ánforas más armoniosas
de Kosko ostentaban
1as flores
más raras de 'la
Sierra polícro–
ma.
Desde los
rincones, pumas
domesticados, miraban con ojos
fosfore~entes
a sus congéneres
labrados en oro.
Por las aristas
bajaban a–
menazantes
grandes
serpientes
del1 mismo metal.
De lo alto miraba el kún–
tar; i en especia
1
les columnas, a–
dornando la sala, el sagrado che–
kollo i otros pájaros de variados
colores, abrían
su pico
en un
canto perenne
que sólo
al' Sí–
,Jencio le era dado escuchar.
Las baldosas
de plata del
piso desa p a re cían .baj
0
'las
pieie~
de pumas i otros animales fero–
ces, sobre las que se habían re–
gado 'las flores más olorosas que
aromaban el aire.
Pronto las akllas, especiales
servidoras de Sapan lnl-a, esco–
j idas enlre las
doncellas de la
nobleza p ..J r
priv:•:egio, i distin-