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j
l
rrcnamente Tafur.- Acompañad–
me a dar cuenta de vuestros ac–
tos a.l
Gobernador; que
yo
no
he venido a oír vuestras brava–
las.
1
la disputa se fue acaloran–
do haEta que ámbos echaron ma–
.f'O
de sus espadas.
Pero Bartolomé Ruiz i Pe–
dro de Candia, se interpusieron,
¡
rogaron a ámbos, tuvieran cordu–
:-a i no se injuriaran, puesto que
T
afur no era el culpable.
Entretant·o
en la tropa co–
menzó el malhadado grito :
-¡A Panamá! .... ¡A Pana-
,'
ma ...... .
-No queremos morir toda–
vía, como han muerto nuestros
compañeros desventurados!
-¡Somos
cadáveres ambu-
lan~ed
...... ¡Uevadnos a Pa-
• 1
nama ...... .
1 casi
todos
bendecían al
Gobernador, i alababan al caba–
llero Tafur.
Pizarro
se
estremeció de
r·ies a cabeza. Comprendió que
n1
~mprer.a
acababa de perder–
!"e. Nunca se imaginó que la co–
bardía avasallaría
tan por com·
pleto a esos hombrer., que en la
rada del río de San Juan le ha–
bían pedido, con gritos semejan·
tes, la continuación
de esa em·
pre~a
que hoi con tanto Ímpetu
trataban de abandonar.
Pero reaccionando, enmedio
de su desgracia, con el semblan–
te más altivo que nunca, se ir–
ruin pallardo
i
ma~nífico,
cual
si fuera hacer una arenga a sus
hombres después del triunfo; se
adelantó unos pasos fuera de su
mirerable tienda;
saró
su relom-
branle espada, que tantos cuellos
había talado, i trazando con ella
una raya en la arena, de oriente
c. poniente, exclamó,
señalando
primero
hacia el Norte
i luego
hacia
el Sur:
-Por aquí
se
va a l.a tierra
de la tranquilidad
i
la
alegría;
aquí queda
la
tierra de los sufri–
mientos, la3 penurias, el hambre,
e) desamparo
i
la
muerte .....•
Pero por
allí
se va a Panamá a
ser pobres,
i
por aquí se va al
Pirú a ser ricos: ¡elegid, castella–
nos, lo que mejor os parezca;
i
reguidme los que aún sintáis
vi–
brar la valentía en el corazón.
Pa~ó
luego la raya,
i
le si·
guieron solamente trece hombres.
El primero de ellos fue Bartola–
me Ruiz i el segúndo, el griego
Pedro de Candia.
Los ótros fueron Cristóbal
de Peralta, Nicolás de Rivera,
Francisco de Cuéllar, Alonso de
Molina, Juan de la Torre, Alon–
so Briceño, Domingo de Soria
Luce, Antón
de Carrión, Pedro
Halcón, García de Jerez i Martín
ele Paz.
-¡Es un suicidio 1- dijo mal–
humorado T afur,
llenándose de
asombro ante lo que ·él conside–
raba locura de Pizarro.
No alcanzaba a comprender
que hai arranques en el hombre,
que, por más que sea siguiendo
un objetivo vil, tienen un sello
de grandeza i de heroísmo.
1 mientras
ese puñado de
hombres hacía un gesto de des–
precio
de las
desgracias
i
la
muerte, capaz
de anonadar de
asombro a los más locos de las
caballerías
andantes,
que sólo