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CAPITULO XXV

Como cosa hecha por la fa·

talidad, las lLuvias

i las tormen·

:as del Océano volvieron arreciar,

i los buques de Tafur, demora·

ron demasiado a través de aque–

'los mares embravecidos.

1

Mientras

ta~to

Pizarro i los

~uyos,

abandonados en la solita·

ria lela del Gallo, se consumían,

(.Omo otras veces,

en la deses–

peración i la miseria.

Se habían

agotado sus es–

casas provisiones, i se mantenían

de cangrejos

i

mariscos

de la

playa.

¡Hacía tanto tiempo que es–

taban abandonados

l

Los habitantes

de la

Isla

se habían marchado por comple–

to cuando llegaron todos los

es.–

pañoles de Tacámes, De manera

que no había

a qmen

pedirle

auxilio,

ni un pueblo

que sa·

~:;uear.

la!!

lluvias que caían día i

noche acabaron por podrirles la

ropa: pues las miserable¡¡ chozas

que les

fue dado

costruir con

las ra.mas de los escasos árboles,

iormaban gruesas goteras i no al–

canzaban

a librarles

de la

in–

temperie.

El cielo estaba negro siem–

pre, i los truenos i los rayos en–

tenebrecían la Isla, de por sí

liO-

litaría i desolada.

Millones de mocquitos en el

día i de zancudos

en la noche,

7~mbaban

alrededor de los aba–

tidos españoles; obligándoles en

el día a ocul,tal'

la cara en la

arena

que

despedí~

un vapor

hirviente; i en la noche, a cubrir–

re con la destrozada cobija, por

esca!)os momentos; pues el calor

era insoportable,

i

entonces los

miserables hombrer,

tenían que

botar la cama ¡?Jara no asfixiarse.

La fiebre \ comenzó

hacer

estragos. Muchos fueron sepulta–

dos en los arenales

inhospitala-

rios .... . .

Pizarro amaneció

con fie–

bre, con gran pena de todos sus

soldados.

En la noche le había

dolido

has.ta

los huesos;

i en

los momentos escasos en que el

bueño le había rendido, se soñó

en

w

tierra,

junto a los cerdos

que cuidó de niño, i su cerebro

calenturiento le hizo vivir aque–

l.los tiempos en que ajeno a las

procupaciones de la vida, solía

creer que su manada era lo um–

(0

que valía

la pena en este

mundo.

Pero en su desvarío perdió

también los cerdos,

i

se vió hu–

yendo del castigo materno, hacia

Sevilla, donde se

r-mbarcó, sir1