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caber a c1enc1a c1erta adónde.
Vió una turba de aventure·
rosdesarrapados
como
él,
i
se
r.intió feliz de alejarse con ellos
para l-iempre, de una patri.a que
no
le
guardaba un qlriño.
Se despertó ; pero la fiebre
"'olvió haceno desvanar. Enton–
ces se vió jun1 o a Balboa, tras-–
montando
los cerros,
i
luego
frente al Océano inmenso, nunca
soñado, teatro
hoi de sus
haza~
ñas
i
de
r.usdesventuras.
Su pesadilla se extendió lue•
go a Jo largo de la costa inhos-–
pitalaria i trágica; vió a su gen–
te morirse de hambre; oyó con
la claridad de lo real, los alari–
dos de
los hombres enfermos;
los vió hartarse
con las yerbas
mabanas de los bosques, i luego
los vió caer,
i
escuchó los ester·
tores de r.u muerte.
Después cambió
la escena,
i
se. Vlo
derribando
un árbol
corpulento
cuyos
frutos
eran
todos de oro i pedrerías; seo vió
luego opulento
i poderoso;
los
indior. le adoraron como a su Se–
ñor; él repartía
la muerte i los
favor,es,
como
amo
único del
mundo,
de
la Vida
de la
r·vtuerte.
I en
su deürio
de gloria.
de riqueza
i
de poder, vino un
sér parecido a un fantasma,
i
con
una espada mui
brillante, le hi–
rió en el corazón.
En vez
de grito
dió una
t
arcajada gutural i lúgubre, que
los que dormían cerca
la escu–
charon.
Su propia carcajada
1e
vol–
vió a la realidad.
Se metió la mano al pecho i
sintió cierto dolor.
-Es
un
!.ueño, i en el
sueño,
una siniestra pesadilla,- se le oyó
aecir .•.•..
Se levantó temprano, como
siempre. El día estaba un poco
claro; anunciaba
al finbonanza.
Esto bastó para
reanimar.lo.Ambuló po
r la playa,i
sin
&aber por qué, se miró el tosco
calzado hecho pedazo&.
Un suspiro rotundo se esca·
pó impertinente de su pecho.
Se le acercaron algunos de
~us
hombres. Pedro de Candia,
Alonso Briceño, Martín de Paz
i
tres soldados más, contempla·
ron a
w
Jefe con cierto aire de
.
.
,
conm1serac10n.
Pedro de Candia le dirijió
ed
saludo.
-Buenos días, Capitán.
-Así
los
tengáir.
vosotros,
bravos compañeros
de
infortu·
nio. Volvamos a las tiendas i re–
cemos la oración de la mañana.
-Creemos que
hoi estar.á a
nttPstro lado Almagro: le hemos
soñado.
-Plugiera
al Cielo que los
sueños• vuestros
no mintieran,·
contestó Pizano.
T o
eh ~
1
a'l mañanas
se a–
rrodillaba.,
todos a rezar
i
ele–
var sus súplicas a Dios. Por las
tardes .repetían
sus oficios
r~i·
giosos en conmovedora unción.
¡Qué difícil,
si no imposi·
ble, era descubrir en esos hom·
bres, entregados a su fe con tan–
ta santidad,
los erueles aventu·
reros que por el brillo fulguran:
te del oro, no vacilaban en dar
la muerte a los hombres, como
si fueran dañinaz alimañas
l.