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DiHcH e imposible olvidar·
se de Dios en tales trances!. , , ,
Acababan de deEayunarse
miserablemente con unos cuantos
can ~rejos
que habían encontrado
en la rocosa playa, cuando Alon–
so de Malina gritó, casi loco de
entusiasmo:
·¡Mirad aquello
1. • • • • 1
Es
un buque
1• • . • . .
Sí; es un bu–
que! ..... ,
Todos corrieron a la playa,
como movidos por los hilos de
un jugador :le títeres.
Largo
rato
permanecieron
mirando el punto
negro que A–
lonso
de Molina
señaló en el
mar; ha9ta convencerse al
fin,
que era
un tronco
que flotaba
quedamente.
Era la centésima vez que se
engañaban.
Un' punto oscuro, una ga–
viota, un simple
tronco o una
•;anoa que luego pasaba arrinco–
nada a la playa lejaAa,
les ilu–
sionaba con la preoencia del bu–
que tanto tiempo esperado .... .
Un sol benigno comenzó a
r,b!icuar su mirada en el horizon·
te.
enviando reflejos de azogue
~obre
el bruñido mar. cuando una
decena de voces vo1vió alarmar
el campamento con el grito de
siempre:
-¡E:!
buque 1 . . Sí; él es
l. .
-Dos buques!,- gritar:on lue-
go . . . . .. - Aquella es la enseña
gloriara de Castilla 1
Esta
vez era
verdad: ga·
llardas las naves ee acercaban a
toda vela. El tiempo estjlba a–
legre
i
11n viento ruave empuja–
ba los barcos con desusada ve-
locidad.
rodas se arremolinaron en
la playa ert torno de Pizarra,
i
cayeron de rodilla¡,, dando gra–
cias a Dios. ·con los cadavét;icos
rostros alzados al cielo, parecían
iluminados. Muchos lloraban ... .
.
-Oh, buen Dio;!
¡Cuándó
ibas a permitir que perezcan tus
pobres siervos!,· exclamaban.
Indecible alegría recorrió el
corazón de los abatidos aventure–
t or..
Parecían condenar::los acaba–
dos de arrancar de las manos de
t11S
Vt>rdugos.
Como niño
&
palmoteaban
algunos, i ótros danzaban silban–
do, ¡Tamaña había sido la pesa–
di'lla de su in fortunio
1
Lor. buques anc.!aron a.l fn,
majestuosamente.
Bartolomé Ruiz fúé
d
pri–
!'~.ero
en pirar la playa.
-Bendito sea Dios!,- dijo Pi–
zarra, al acercársele.- Nos traéiJ
la vida,· agregó al abrazarlo.
-¡Jesú!>l, Salvador nuestro¡ ;–
exclamó Bartolomé Ruiz al ver–
lo hecho un cadáver.
1 le estrechó con fervorosa
lástima.
Luego le entregó
las cartas
de Almagro i Luque,
las
que dió
a leer a su buen secretario
J
e–
rez, informándose
así ele la mi–
sión de Tafur.
Sus socios le su–
plicaban no flaquear en su pues–
to, i le hacían la promesa wlem–
ne de nunca desamparat'lo.
Pizarra que no había pen–
~:ado
jamás en el retorno así de·
rrotado se irguió majestuoso en–
medio de su desgracia, al termi–
nar la lectura de \1\\as cartas tan
elocuentes.