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. 1

·169-

1

DiHcH e imposible olvidar·

se de Dios en tales trances!. , , ,

Acababan de deEayunarse

miserablemente con unos cuantos

can ~rejos

que habían encontrado

en la rocosa playa, cuando Alon–

so de Malina gritó, casi loco de

entusiasmo:

·¡Mirad aquello

1. • • • • 1

Es

un buque

1• • . • . .

Sí; es un bu–

que! ..... ,

Todos corrieron a la playa,

como movidos por los hilos de

un jugador :le títeres.

Largo

rato

permanecieron

mirando el punto

negro que A–

lonso

de Molina

señaló en el

mar; ha9ta convencerse al

fin,

que era

un tronco

que flotaba

quedamente.

Era la centésima vez que se

engañaban.

Un' punto oscuro, una ga–

viota, un simple

tronco o una

•;anoa que luego pasaba arrinco–

nada a la playa lejaAa,

les ilu–

sionaba con la preoencia del bu–

que tanto tiempo esperado .... .

Un sol benigno comenzó a

r,b!icuar su mirada en el horizon·

te.

enviando reflejos de azogue

~obre

el bruñido mar. cuando una

decena de voces vo1vió alarmar

el campamento con el grito de

siempre:

-¡E:!

buque 1 . . Sí; él es

l. .

-Dos buques!,- gritar:on lue-

go . . . . .. - Aquella es la enseña

gloriara de Castilla 1

Esta

vez era

verdad: ga·

llardas las naves ee acercaban a

toda vela. El tiempo estjlba a–

legre

i

11n viento ruave empuja–

ba los barcos con desusada ve-

locidad.

rodas se arremolinaron en

la playa ert torno de Pizarra,

i

cayeron de rodilla¡,, dando gra–

cias a Dios. ·con los cadavét;icos

rostros alzados al cielo, parecían

iluminados. Muchos lloraban ... .

.

-Oh, buen Dio;!

¡Cuándó

ibas a permitir que perezcan tus

pobres siervos!,· exclamaban.

Indecible alegría recorrió el

corazón de los abatidos aventure–

t or..

Parecían condenar::los acaba–

dos de arrancar de las manos de

t11S

Vt>rdugos.

Como niño

&

palmoteaban

algunos, i ótros danzaban silban–

do, ¡Tamaña había sido la pesa–

di'lla de su in fortunio

1

Lor. buques anc.!aron a.l fn,

majestuosamente.

Bartolomé Ruiz fúé

d

pri–

!'~.ero

en pirar la playa.

-Bendito sea Dios!,- dijo Pi–

zarra, al acercársele.- Nos traéiJ

la vida,· agregó al abrazarlo.

-¡Jesú!>l, Salvador nuestro¡ ;–

exclamó Bartolomé Ruiz al ver–

lo hecho un cadáver.

1 le estrechó con fervorosa

lástima.

Luego le entregó

las cartas

de Almagro i Luque,

las

que dió

a leer a su buen secretario

J

e–

rez, informándose

así ele la mi–

sión de Tafur.

Sus socios le su–

plicaban no flaquear en su pues–

to, i le hacían la promesa wlem–

ne de nunca desamparat'lo.

Pizarra que no había pen–

~:ado

jamás en el retorno así de·

rrotado se irguió majestuoso en–

medio de su desgracia, al termi–

nar la lectura de \1\\as cartas tan

elocuentes.