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Transposiciones del I nkario

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ocurrencia en una lista onomástica e historial encuentra sa–

tisfactoria posibilidad de explicación en los procesos que arriba

he indicado,

y

en definitiva puede ser referida a la condición

lábil de la transmisión oral,

y

a la subsiguiente necesidad de

compensar los errores mediante manipulaciones historiográ–

ficas tardías, que miran a restablecer vinculaciones lógicas

y por la otra parte

Titus Tatius, Numa Pomp-il-ius

y

Ancus Mart-ius

dibu–

jados según el modelo sabino, con una semblanza posterior del tipo etrusco

en los

Tarquinii,

que parcialmente se vuelca en

Servius.

La crítica de NIEBUHR, SCHWEGLER, MOMMSEN y PAIS no ha tenido -

como se ve- mucha pena para evidenciar los frecuentes desplazamientos

de los elementos historiográficos, transpuestos y repetidos en la compi–

lación del siglo III a. C. que tuvo a su cargo sistematizar la historia de los

reyes, tal como nos llega por intermedio de los historiadores romanos,

de los poetas y de los logógrafos helenistas.

La tendencia posterior (DE SANCTIS, BARBAGALLO, etc.) que implica

una reacción conservadora del relato tradicional (LIVIO, FESTO, etc.) no

ha logrado un solo momento desmentir lo que la crítica había averiguado,

al descubrir las transposiciones, traslados y repeticiones. Sólo ha tenido

el mérito- que de modo alguno quiero disminuir - de enunciar que las

particulares reconstrucciones que esos críticos habían terminado po _·

adoptar, después del derrumbe general por ellos provocado, no son feha–

cientes, y deben ser reputadas .como meras versiones personales, imper–

fectamente sustentadas por el trabajo de revisión realizado por los Autores

respectivos.

La tendencia conservadora, sin embargo, ha cometido un grave

abuso lógico aí propugnar el retorno a las antiguas fábulas desacreditadas,

argumentando- aproximadamente- que, si las versiones reconstruídas

por Niebuhr, Schwegler, Mommsen y Pais no son satisfactorias, no vale

la pena que abandonemos la de Livio.

Sin tomar de la gran época crítica de la historia de Roma más que

los resultados realmente críticos (negativos) y sin imitar la ligereza de

la reacción posterior, cuyo impulso es netamente sentimental, creemos

oportuno delinear sobriamente el esquema que presidió la tarea de cons–

truir, en los siglos IV y III a.

C.,

la versión tradicional. En sus 5 'momentos'

o 'series' se ve reflejado todo lo qué el estado actual de nuestro conoci–

miento nos permite afirmar con suficiente certeza, y el lector reconocerá

la fidelidad de nuestro prospecto y sacará provecho del mismo, en la me-