peruana. Es un instrumento perteneciente a una cultura preincaica,
de remotísimo origen, y el ejemplar aludido pertenece en la actualidad
al Museo Incaico del Coronel Federico Diez de Medina, de la ciudad
de La Paz, capital de Bolivia, y fué adquirido por su propietario de
unos individuos ele la costa peruana. Habiéndoseme confiado gentil–
mente dicho instrumen to, junto con otra antara de carrizo, de fila
doble y de la misma procedencia, los examiné minuciosamente; y, corno
para este procedimiento, practiqué una limpieza previa del interior de
los tubos, advertí que de ellos cayeron pedazos de una materia seme–
jante a la resina completamente seca. Tras de la limpieza noté que los
sonidos eran más bajos que los producidos antes de dicha operación,
debido, naturalmente, a que la columna de aire había aumentado de
volumen. Entonces procedí a- rellenar los tubos con una masilla en
cantidad más o menos igual que la resina, y pude advertir que reco–
braban los sonidos a la altura primitiva, poniéndose de acuerdo con
los sonidos de aquellos tubos que no requirieron alteración de su
longitud. Me encontraba, pues, frente a un procedimiento sistemático
observado por los antiguos peruanos para modificar la altura de los
sonidos de esos instrumentos que, por el material de su construcción,
no eran susceptibles de una modificación de la longitud de sus tubos,
una vez concluída su fabricación.
Ahora reco1·demos que han sido encontradas, en las tumbas, muchas
quenas,
o flautas rectas, que presentaban las perforaciones obturadas
con pequeños tarugos y ligaduras, como se e'ncontraTon también discos
movibles, encajados dentro de los instrumentos, así como en el exterior.
Indudablemente estos aditamentos servían para afinar la entonación;
pero los señores D'Harcourt suponen que ellos servían para corregir
los errores de los taladros realizados empíricamente. Lo más evidente
es que semejantes procedimientos tenían por objeto facilitar la digi–
tación, para la afinación de las notas
y
hacer el cambio ele modos y
tonos, para ajustar las condiciones del instrumento a las características
del canto y la tesitura de las voces.
Podemos, pues, afirrpaT, con la plena confianza de estar en lo cierto,
que los músicos nativos andinos, preincaicos o incaicos supieron modi–
ficar o afinar los tonos de los instrumentos musicales,
y
entre ellos de
las antaras, y, dada la intensidad que especialmente los incaicos alcan–
zaron en su civilización, no carecían de los necesarios recursos paTa
lograT exitosos procedimientos en tedas sus industrias.
El hecho de que los descubridores de antaras precolombinas obser–
varan que ellas emitían escalas incoherentes o falsas, son errores apli-
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