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ticos y su "cantoral" quechua. Fácil es coligir cómo

Flores Pino vino a poseer este manusc;ito. Lo que nos

interesa saber es acerca de la originalidad de estos cantos.

Licona declara que él recogió estos cantos quechuas en

Pisac, de donde es natural, y de la quebrada de Calca,

cerca del Cusco. El resto de los cantos, que están aún sin

publicar, pertenecen a los distritos de San Sebastián y

San Jerónimo a pocos minutos del Cusco.

En nuestra opinión, estos cantos que consignamos tie–

nen tanto o más valor como los cantos de Garcilaso y

Waman Puma. Por la factura quechua y por las eviden–

cias internas, pertenecen a la literatura tradicional in–

kaica. Es toda una revelación constat ar que aún hay

fragmentos de cantos imperiales que se conservan en los

labios de los descendientes de aquella cultura admirable.

De estos cantos nos dan testimonios varios cronistas, en–

tre ellos Betanzos, Cieza de León, Garcilaso, Santa Cruz

Pachacuti Yupanqui. Pedro Pizarro dice de los

harawis:

"Todas las noches como no lloviese, se salian al campo

las mujeres y así mismo los varones, y hacian muchos

coros desviándose un trecho, unos de otros; y tomándose

por las manos los varones a las mujeres y las mujeres a

los varones, hacian como digo un coro cerrado (es decir,

la

qhaswa);

y cantando uno de ellos a voz alta, todos

los demás respondian (la

wiphala)

andando al rededor.

Oíanse estos bailes muy lejos y acudian a ellos todas las

mujeres libres e indios solteros, los orejones aparte,

y

cada provincia ni más ni menos."

R elación de descubri-

-

miento y conquista de los R eynos del Perú,

1571.)

Los otros informantes: R. y M. Farfán, S. Quijada y

C. Giles, son jóvenes estudiantes universitarios empapa-

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