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no sólo por una catástrofe, v. gr., en la muerte del lnka

Atauwallp:i, XXII, sino la expresión del simple senti–

miento doloroso, lo patético de la naturaleza y de la vida

del hombre. El wankay puede corresponder en cierto

forma a nuestra elegía, aunque otros llaman a este canto

yarawi,

de donde procede el

yaraví

moderno. Hoy se

canta en los ritos de las siembras de cereales.

El

kacharpari

es el adiós, el harawi donde abundan

los

u,rpis

y las ausencias, las lágrimas y los dolores. Mu–

chos hombres serios de las letras han confundido el ka–

charpari copioso que es la única expresión emotiva del

hombre andino. Indudablemente, el

mithmay

inkaico,

la

conquista vandálica española, y el romanismo intransi–

gente con los dioses tutelares del antiguo Perú, dieron

pábulo al kacharpari patético y pronunciado. El canto

XXVII:

Ima ppunchaycha nnqapaq

ppuchukayPlay hamunqa?

Chayq achari nuqapaq

Ñ

akkariyllay titkukunqa.

(¿En qué día para mí

El fin vendrá?

Ese día, entonces,

Mi mal se acabará.)

El

waynu

es un h aylli comprimido, bailable y de factura

semejante a la copla. El canto XXXII participa de este

carácter. El waynu actual es más mestizo que quechua.

Hay que tener presente que composiciones líricas tales

como el XLI y XLII, son obra de quechuólogos versados

tanto en las letras castellanas y los recursos de la lengua

quechua. Estas forman también parte del folklore nativo,

puesto que han sido apropiados por el uso popular. La

mayoría de los versos bolivianos y ecuatorianos son de

factura mestiza. Esto no quiere decir que no sean genui-

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