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raban un tremendo sacrilegio el poner las manos en esas

piezas del santuario, temiendo morir en castigo de tama–

ño despojo. En este evento, los cristianos, sin ayuda,

prepararon escalas y subieron a desprenderlas, utilizando

barretas de cobre. Las piezas de esta enorme guarnición

eran a manera de gruesos "tablones de tres o cuatro pal–

mos de largo"; más de seiscientos se sacaron de los que

componían la cornisa y otras cenefas y frisos.

Silencioso~

y entristecidos, ahogando la indignación

por tales ultrajes, presenciaron los indios esta violación

y

sacrilegio del santuario augusto. ¿Qué esperanza po–

dían mantener, ya, de reparación y de justicia? ¿Qué

fe

podían inspirarles esos blancos, codiciosos

y

violentos,

para quienes la felicidad únicamente consistía en la sa–

tisfacción de sensuales apetitos y la posesión del oro,

que para conseguirlo no les importaba arrostrar peli–

gros, jugar la vida, apagar la voz de sus conciencias en

la violación de los más imperiosos deberes, y hasta des–

pojar a los dioses de sus ofrendas y a los muertos de

sus utensilios y defensorios de ultratumba?

Y no había medio de impedir el escandaloso despojo;

las piezas divididas o íntegras, cargadas en angarillas y

parihuelas, hicieron un total de

200

cargas de oro, que

ajustadas en unos aparatos, a manera de féretros, trans–

portábanlos cuatro hombres.

(ANÓNIMO,

Conquista del

Perú,

p.

156.)

Se recogió, también, plata de los templos y casas, ya

en planchas, ya en cántaros y vasijas, haciendo un total

de

2

5

cargas.

El oro que se juntaba, era de muy alta ley, y se pre–

firió a otro que ofrecía mucha mezcla de cobre

y

que,

152