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junto con la plata, que se hallaba abundante, se depo–

sitó en una casa, cuyas puertas se sellaron y mandaron

guardar por un gobernador indio, puesto en nombre

de su Majestad el Emperador Carlos, y su Capitán Ge–

neral don Francisco Pizarro.

(JEREZ,

Conquista del

Perú,

p.

104.)

La insignificante cantidad de los vasos y joyas que

se recolectaron, prueba la ocultación en gran escala de

los inmensos tesoros habidos en los santuarios y palacios,

y aun en las casas de los indios principales. Los españoles

no vieron los jardines artificiales de oro y plata que se

hallaban en el interior del Qori-kancha y del Amaru–

kancha, ni los ídolos y totemes del altar mayor cuya

minuciosa descripción nos han conservado Cieza, Moli–

na, Garcilaso y Santa Cruz Pachucuti. Algunas de estas

efigies y joyas aparecieron más tarde. El ídolo

Ppunchau

de oro macizo, que se extrajo del Qori-kancha, se halló

después, en Willcabamba.

La

efigi~

del Sol, que tocó en el saqueo del Cusco,

a Mancio Sierra de Leguízamo, no era sino la cubierta

o tapa laminada de la pila de piedra del santuario; las

planchas de oro que representaban a

Wira-qocha

y el

Sol, desaparecieron para siempre, lo mismo que la vajilla

de los emperadores, guardada celosamente por sus ayllos.

(H. H.

URTEAGA.

El

F/11

de

1m

Imperio.

Lima,

1933.)

153