ricas telas y sostenido con planchas de oro y plata; lue–
go la cornisa, hecha de oro macizo, que rodeaba el extre–
mo superior de sus paredes, y saliendo hacia afuera, se–
guía bordeando el muro exterior por debajo del arte–
sonado de la cobija.
Las paredes interiores del santuario también tenían
planchas de oro, y los grandes depósitos, donde se guar–
daba el líquido de las libaciones, tapas del mismo metal.
En los palacios de los príncipes y nobles, no hallaron
los españoles mayores prendas. Los indios, ya preveni–
dos de la mala
fe
y codicia de los extranjeros, princi–
piaban a ocultar las vajillas y joyeles. Así fué que,
cuando Pedro del Barco, exigió el recojo de los objetos
de oro de los templos y palacios, sólo se le entregó lo
que no podía ocultarse, por haber sido ya mostrado de
antemano a los blancos.
T al ocurrió con los vasos sagrados del Qori-kancha.
Llevados allí por Quisquis, exigieron al Gran Sacerdo–
te,
Willaq-umu,
la entrega del tesoro: se les dió vasijas
y grandes cántaros, fuentes como lavabos, y una silla
de oro, "donde hacía sus sacrificios". Era ésta tan gran–
de y maciza que pesaba diez y nueve
mil
pesos, y se
podían echar dos hombres en ella. "En otro templete
hallaron muchos cántaros de barro, cubiertos de hojas
de oro, muy pesadas", que los quisieron quebrar para
aprovechar sólo
el
metal, por no enojar a los sacerdotes
que los tenían en gran estima.
Los españoles pidieron se desprendiese la cornisa, o
guarnición alta de las paredes del santuario, toda de
oro macizo y de buena ley. Cediéronla los sacerdotes,
pero nadie se atrevió a desprenderla por temor. Conside-
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