Previous Page  169 / 232 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 169 / 232 Next Page
Page Background

Dominando su pasión se mostró solícito. Alojó a los

españoles en uno de los palacios inkaicos, puso a su

servicio centenares de servidores, y los rodeó de indios

nobles que los guiaran en su visita a la ciudad

y

a los

santuarios.

Pudieron, entonces, los mensajeros conocer la gran

metrópoli imperial, sus palacios

y

monumentos. Las

gentes, al verlo pasar por las calles

y

plazas, los reve–

renciaban y servían con tanto respeto, que no faltaba

sino adorarlos, creyt:ndo que en ellos había alguna ocul–

ta divinidad.

(HERRERA, Década V. Lib. II. C. II,

p.

52.)

Aunque la ciudad estaba ya dominada por Quisquis

y

los atahuallpistas, la masa del pueblo y la nobleza que

habían militado en el bando de Huáscar, y que ignora–

ban la muerte de éste, cifraban grandes esperanzas de

reacción ayudados por los españoles; de allí el placer

y

contento que significaba el ver a los extranjeros

y

las

deferencias que se les prodigaba, sobrepasando los cum–

plidos

y

atenciones de los agentes de Quisquis.

En mala hora dieron orden a l;is

acllas,

o sacerdotisas

del sol,

y

a las

mamakunas,

o doncellas de alta alcurnia,

que se recogían en los templos, de atender a· los espa–

ñoles y servirlos en cuanto desearan. Premunidos de esta

licencia, los tres españoles quisieron convertir esas resi–

dencias sagradas, en lupanares,

y

sus refrigerios en comi–

lonas

y

orgías, escandalizando a todos por su lubricidad,

glotonería

y

beodez; en tal forma que, lo que al princi–

pio fué satisfacción, se cambió en desasosiego, malestar

y

pena; luego la altanería y presuntuosa grandeza de

149