SERGIO QUIJADA JARA
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cuerdan dónde han dejado. Renegando a ratos se acercan a
la cocina a despertar a la sirvient a que está durmiendo: Ru–
finacha, jataríiñai! (levántate, Rufina), y en un segundo se
ha levantado y ha recogido los pellejos qu e a menudo les sirven
de colchón. Niña cuna callpailla jamuchun (dile a las niñas
que vengan inmefüat amente). Y ya están: la hija, la sobrina,
la nieta y la sirvienta . Cuidado hijas, seriecitas y a rezar con
devoción en la capilla, y con otros encargos por el estilo, se
encamin51''n bien engrampadas, tropezándose por entre las si–
nuosidades del empedrado en una larga caminata de tres ki-
lómetros, más o menos.
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Los
~ieles,
en su mayoría señoras, están apiñados en la
puerta de la capilla que aún no se ha abierto. Mientras tanto
se ponderan los comentarios de alguna mamarrachera visio–
naria poblana que por carecer de reloj y no ver gente algun a
por las calles, creyó que ya todos estaban en misa, y, desespe–
radamente llegó al cement erio de cuyo pórtico percibió el cán–
tico de a labanzas de los devotos y vió entre el Altar Mayor el
lento trepidar de los cirios. Y cuál sería el "sustazo que se pe–
go" al ver que todo desapareció y enmudeció en la puerta de
la capilla. Eran r ecién las dos de la mañana y ella fu é la pri–
mera en llegar. Es que las almas-le responde otra viejita de
pensamiento infantil-después de asistir a su misa se estarían
recogiendo recién; debe tener Ud.-agrega-algún pariente que
ha muerto y que no le ha mandado decir su misa ...
Suenan los chasquidos de los cascos de un caballo, y todos
dicen: ya viene el señor cura con su poncho de vicuña.
• Comienza la ceremonia después de pasar lista a má s de
veinte y hasta treinta dfiuntos, que sus deudos pagaron al tai–
ta cura, de antemano, para que celebre la misa por el eterno
descanso de sus familiares que han pa'rtido a lo igno to. "Sin–
forosa: huyaranquicho taitaique su tinta (Sinforosa: has oído
el nomb1·e de tu papá?) Au mamay (sí mamá) y con visible
alegría se qúedan conformes.
Ha terminado la misa y el roce de los primeros aletazos
del sol mañanero
~sparce
su a legría; los muchachos arran can
la totora y confeccion an sus lá tigos o foetes, y, los mayores, pa–
r a "cortar la mañana" juegan un partidito de tejo o cu atro