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·-enfermo siempre que llegue a
s~s
manos· una botella del ' 'precioso
líquido''. Y hay que ver la credulidad de la gente, cuando, en pre–
sencia del ''curandero'', éste mira y remira la orina
y
parece con–
·centrado o taciturno, o entra y sale del rancho donde oficia su
''magia'' y siempre con el frasco en la mano, pasea pensativo, hasta
que, decidido el diagnóstico, se encara con los deudos y expone sus
dudas, inteligentemente, como cuadra a un verdadero maestro de la
medicina.
Nunca muestra tanto su viveza, como en este supremo instante, en
·que el santiagueño o la santiagueña curanderos, juegan la carta de
.,su fama.
Es un prodigio de habilidad, no sólo la escena, sino la fórmula
vaga con
q~e
discierne el peligro, para cubrirse,
hone~tamente,
en la
irresponsabilidad, ya clásica en ellos, que es la vida misma del san–
tiagueño.
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Entre los numerosos remedios ensayados empíricamente por el
pueblo algunos ya figuran, como clásicos, en la farmacopea popular.
Uno de ellos es el "agrio del limón tomado en ayunas" y la "cebolla
'blanca, picada, en vino''. Estas dos fórmulas pertenecen al recetario
.del doctor l\1andouti, que dice, textualmente: ''Para el mal de orina,
por si fueren arenas, toma zumo de limón, o come a menudo espárra–
gos o pica una cebolla blanca
y
ponla al sereno en una taza de
vino; y en ayunas bébela' '. Otros r ecomiendan para ''la piedra de
la vejiga'' la receta que consiste en ''moler o pisar en mortero la
vejiga del chivo y tomar este polvo en vino'' pretendiendo hacer una
terapéutica homóloga para no desmentir acaso los principios en que
-Se funda la medicina moderna.
En los casos de "piedra" sin localización determinada se emplea
.la ''cáscara de almendras molidas con guano blanco de perro en agua