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el
fardo
de sus peb-1as, semejan
11
u
\'ia
ele
sangre,
de
regeneración
y
perdón, entonces el Santuario nos
p'arece el cráter de un ,·olcán de amor qne quisiera
inn 'ndar
la
tierra con sus en1anaciones de miseri–
cordia
y
de bondad; que pretendiera fundir la
hu-
1nanidad entera
para
hacerla un solo corazón y un
solo pensar; nos se1neja
un
Sinaí donde un legisla–
dor, desde una roca sanguinolenta, diera a
los
hombres sus
ley~s,
no de tÚaldición
y
castigo, sino
de n1ansedun1bre
l''
de
hu111ildad.
~·
·En
cambio en los apacibles atardeceres, cuan–
do el sol se va de nuestras tierras
y
da su
últi111a
n1
ira
da
a
1
os cerros de piedra
y
a
los ca in pos en
tior; cuando desciende de los inontes
el
blanco
tro–
pel de los corderitos que llenan las hondonadRs
de 1nisticisn10 con las notas de sus plegarias,
he
chas canto de grat;tud hácia Dios;
y
!as avecitas
uscan parleras el nido en lo 1nás en111arañado de
Jos
charan1uscales o en la copa empinada de los
molles
o
en las
ran1as
frondosas
de
los chachaco-
111os floridos;
y
las palo1nas buscan calor bajo
el
alero del te111plo
y
el
aire se satura con el aroma
suave de ]as azucenas silvestres
y
de los retan1os
de oro,
y
ernpieza la quebrada a dorn1irse en
bra.
zos de las prirneras so1nlJras
que
suben por las
la–
deras
y
caen en las quebradas
en
vol viendo
la
na–
tural~za
toda en un 1nanto de tinieblas: entonces
el Santuario, con el tañido de su can1pana que ha–
ce arrodillarse a los indios en 111ed io de los triga–
les para orar, bañado,
d
u lee in ente por la pa Jidez
de los rayos
de la
señora
de
la noche, nos
da
la sen–
sación de los
catnpos
de Galilea,
ca111
pos llenos
de espigas,
can1pos en que tnadura la
viña
del Señor,
[1].
y
creen1os sentir el andar reposado del M aest1·0,
rodeado
de
la caravana amo1osa de sus discípu-
[
Soneto\.,. Luis Felipe Contartlo.