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bes

y .

descendía1nos

suaven1ente.

casi resbalando

por

sobre

el

tapiz de húmeda

y

naciente

verdura

hácia

las

cqnteras

de

I-Iuaccoto.

Aquel día

no nos .fué posible

a

causa de

inespe–

rada

lluvia,

de hacer nuestra ascención al

Pacha–

tusan

y

hubimos de

pernoct~r

en

casa

de

los

indios

de

I-luaccoto.

y

quienes nos

coln1aron

de cariñosas

y

respetuosas

atenciones.

J..,.a tarde

la

aprovecha–

n1os recorriendo

las

ricas cantPras

y

ad1nirando

las

hern1osas

piedras

labradas

y

abandonadas

por

tniles, en

un

n10111ento,

talvez, en que la

raza

constructora, que

nos

legara sus maravillosos mo–

nun1entos,

fué

sorprendido

por el estampido del

canon

del invasor (

1).

A

la n1añana

siguiente, apenas celebrada la

Santa .:\1 isa, cruzábamos las extensas punas de

Fiuaccoto

setnbrando el espanto

en

]as pesadas

Jluallatas

que levantaban su lerdo

vuelo

para ir a

posarse al otr-o

lado

de los

pajonales,

y

en1pezába-

1nos

la

subida hacia

"{;'énta:nayocy

Ccosco~Kahuari.

na,

ese

1nirador

de la ciudad del Sol,

labrado

por

]a n1is1na 1nano

de

Dios,

no

sin

haber

antes pene·

trada ec la

oscura

boca

de

Qquello111i11a_,voc

n1i-

na

a1nari1la.

,

El

Pnchatusan,

que hasta ese

momento

había

sido

el recreo

de

nuestros ojos desaparició

a

nues–

tras miradas.

Las nubes

co1no celosas

de

su rey,

el

señor que

altanero

y

majestuoso se interna

en

sus regiones, lo cubrieron con1pletamente

y

la os–

curidad

fué

tal que a dos metros de distancia no

nos distinguia1nos

los unos .de

los, otros.

El

true–

no

con

horrísono

estan1pido

reventaba

más

abajo

de

nosotros.

,

Nuestros compañeros aterrorizados nos pro–

pusieron el

regreso:

p·ero

eHo era in1posible:

lo

~--

l

1)

E~

curioso ver es ta siern

bra de piedras labradas

y

a.

bandona·

das en todas direccioue::;.