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Paseábase en e] corredor de la casa, a largos
pasos, D.
Pedro,
con las manos cruzadas a la es–
palda
y
la cabeza baja, preocupado, de su único
pensa111iento
en
este
últin10
tiempo, el misterioso
1nedico Enmanuel.
Al ver los arrieros
y
los hermosos trozos de
leña, D.
·Ped r o
dió unas cuan tos pasos hacia
el
patio
y
se
encaro
frente a ellos.
-Maitnantan chay llanttata haparnusquian–
qui?
(1)
preguntó.
-I-I
uancan1antan
(2)
respo11dieron varios
a
una voz.
El
fácil
juzgar
cual
sería
la
i111pres1ón
de D.
Pedro al escuchar este non1bre, tan ansiosan1ente
buscado,
y
ctüU
la serie de atropelladas
preg~n~
tas a que so1netiera a los pobres indios,
que
lo
tni–
rarian con duda
y
con
recelo.
Empezaba a descnbrirse el n1isterio.
I-Iuanca
era un
lugar
solitario de bosques
y
roquedales,
1norada
de
pumas
y
de cóndores, sito en la que-
. brada rle
Calca,
a orillas del Vilcanota,
y
casi en-·
frente
del pueblecito de
San Salvador.
Era
un
ln–
g-ar de tránsito para los mineros de
Ya11a11ti11
y
para los pica pcd reros de ]as canteras de
IIuaccoto.
I'ero en
cuanto al
n1édico · fa1noso,
lo s
indios se
encogieron
de
ho1nbros, asegurando que jamás se
había teni rl o
noticias
del
tal
señor, ni de ningún
n1édico en
Huanca.,
No obstante la desconsoladora respuesta, D.
Pedro Valero,
1nanifesto
sus deseos de ir en perso–
na a
I-1
uanca e·n compañía de
los
indios.
Se
fijó
para la partida Ja
rnafiana
siguiente de
madrugadt-t·. Y as1
fué;
al clarear el sol, montano
sobre
su
mula
y a la
cabeza de los leñeros de
I-!uanca,
Valero emprendía la ruta en busca de las
n1 ¿DP
oóniletrae2 esta
1eiia?
(;¿)
De Huanca.