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de la •E'dad M.Bdia, que interrumpían el ueño de la
castellana con su nocturno trastrovar. Y desde la
fonda, donde buscara hospedaje con sus escuderos,
mandaba fijar carteles de desafío ''al más bravo
caballero de la ciudad''.
Fué de tal suerte como un día llegó a Potosí Don
Pedro de Montejo, un Amadís manchego, el más
esforzado de
los gladiadores,
'"pidiendo campo
lanza a lanza,.,. Vasco Godri.nes era, a la sazón, el
jefe invicto del bando de los vascuences. Y nadie
antes que él, pudiera recoger el caballeresco desafío
ni ninguna lanza más diestra que la suya paora em–
botarse en las entrañas del fanfarrón. Pero
los
agravios personales llevaron su reflejo a la colecti–
vidad. Y no causó extrañeza, en1Jonces, que el en–
greído Go · es
1
al
e prender con la punta de su
espada, los c_arte es d 1 intruso, llenara de denues–
tos a hombres
y
tierras de Casúilla, de donde era
oriundo el esforzado _paladín que pretendía poner
a prueba
orgullo
y
s
altirve$.
Se avivaron los enconos lugareños. Divisas ama–
rillas empenacharon los sombreros de los vascuen–
ces
y
rojas los de los parciales de Montejo. Y fué
en aquella ocasión que la Villa Imperial de Potosí
presenció, en su pampa de San Clemente, el más
sangriento
y
memorable torneo de que nos pueda
hablar el romance potosino. Nadie con más veraci–
dad
y
elocuencia puede informarnos en este emi–
nente episodio medioeval, que el cronista Bartolomé
Martínez
y
Vela
C)
e~
su "Historia de la Villa
(1
"Bartolomé Arzay Sánchez
y
Vela", según unos
historiógrafos
y
tradicionalistas; "Arranz y Urzua
y
Vela", según mi docto amigo don Manuel Vicente Ba'–
llivián.