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concertadas con antelación, prefirieron las arenas

de San Olemente, meseta al noroeste de la ciudad,

dividida hoy por el tajo vitalizador del ferrocarril,

1\fm.~aipata,

Cebadillas, cualquier descampado del

extramuro. Indi tinta plazuela fué lo mismo para

la pugna singular. Y en los certámenes callejeros,

la improvisación no puso óbice en medir espadas,

así fuera en la plaza del Regocijo o en el patio

de la Gobernación. En los cuerpo a cuerpo, el de–

rroche de valor llegó a la temeridad. Los conten–

dores se batieron en sandalias y en camisa; desnu–

dos medio cuerpo, sin pavés ni ¡rodela; a -pie,

G1

ca–

ballo y de rodilla ; en el campo o en la sala de

armas; a veces, en l a tiniebla de una habitación ex–

cusada del garito, doncl.e recrudeció una rivalidad

por damas o veleidades del cubi!lete.; a veces, sobre

el peligroso

omontori de un despeñadero. Y pa–

ra equilibra , ha

ta

la

uerte, las co,ndiciones del

combate, no fu' e. traño <gue vistieran los D:'eñidores

camisas de afetán en cuyos pliegues carmesíes se

perdían los 'ra tros de la sangre ...

• *

De tarde en tarde, un valentón atraído a las

playas del Perú por los oros del Cuzco, subía hasta

Potosí, ávido de tirar su cuarto a espadas en al–

guna partida singular y ponerse frente al acero de

algún Don Alonso, Don .Alvaro, Don

E~as.

árbi–

tro, por diestro en armas, de la braveza juvenil de

la vma. Si las mentas no anticipaban su arribo,

llegaba el justador de incógnito, como esos juglares