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dar la muerte a su contraio. Tiróle Alfinger un

revés a su enemigo por encima del escudo y se lo

cortó como si fuera de seda: el cual, con notable

furia le dió otro golpe en torno a Alfinger, y rom–

piéndole el acerado casco, quedó muy mal herido

en la cabeza. No es decible la furia con que este

alemán arremetió a su contrario, t:ilrándole una es–

tocada tan recia, que

ni

el escudo ni cota fuerte

no pudieron resistir la gran violencia de la espada,

que todo fué roto y quedó Guzmán muy mal herido

en el pecho. Tornaron a acometerse como dos fu–

riosos leones con deseo de acabar aquella sangrienta

batalla, que ya les duraba seis horas. Y levantando

el brazo Alfinger le descargó un desaforado golpe

en la cabeza, ma él no 9-uedó libre de otra mortal

herida que de pulJ,.ta le dió Guzmán, metiéndole la

espada por el estómago.

''Cayó aturdido e e caballéro con la herida de

la cabeza y Federieo Alfin er muerto con la del es–

tómago. Levantóse Egas ae Guzmán muy mal he–

rido; sonaron sus trompetas por la victoria,

y

lle–

vándolo a curar los de su compañía, sintiend.o toda.

esta Villa la muerte de aquellos dos caballeros y

celebrando también la victoria de los otros.''

Sobre los vívidos trazos que eternizan el san–

griento episodio, emerge con una aureola de valor

y

de sangre la vida romántica del viejo Potosí.

Y ¡vive Dios! qué tragedias tan formidables se

suscribieron siempre sobre tornadizos corazones de

mujer o trapisondas del garito. Y bien sabía un

Godines q e por su recia tizona y por el hierro do–

rado de su jineta, redimiría el amor de su dama

en duro t·rance de prueba, frente a la simpática

altivez de su valeroso contendor.