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que no debe andar lejos la pre unción de los in–
vest igadores, al atribuir la paternidad de e
ta
p ie–
za al jesuíta americano Antonio Valdez, quien di–
rigió su primer representación e c 'nica en pre–
sencia del marqués de Oropesa, José Gabriel Tu–
paj Amarú.
Fuera de duda, el motivo de e ta compo ición
tiene fundamento histórico en un a unto precolom–
biano, cuya fábula, conservada en la tradición del
pueblo indígena, dió a Valdez, cura de Tinta, ma–
terial precioso para ofrendarlo en drama, y en ple–
no auge insurrecciona!, al .cacique de Tungasuca,
ue debía
agar con su vida, en el C'uzco, la teme–
raria intentona de resta;a,ración incásica. Sospecho
q e el argument@
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~eza tien~
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la cor e
de Yab: ar Huacaj, inca sép–
timo &e a dinastía,
q.uereinó a mediados del si·
glo X V y cuyo eS
{)íritu pusilámine favoreció et
de ara
te
y
la anar uia, dan o pie a la
r~belión
d e 1guna
tribus que atacaron el Cuzco, mientras
su hermano 1\iaita, enseñoTeado del ejército, lleva–
ba sus conquistas hasta el desierto de Atacama
y
el domingo de los Uros, (hoy Ü'ruro). Este mo–
narca infeliz, abdicó el poder en favor de su hijo
Inca Ripac, llamado ''Viracocha'' quien enrique–
ció sus territorios con el sometimiento voluntario
del Tucumán.
Si "Ollantay" no es, como ha de probarlo la crí–
tica sagaz, una manifestación acabada def númen
indígena, ¿qué nos queda de original en la lírica
de la gran meseta, para estudiar la poesía genui–
na de las razas autóctonas? ¿Serranillas bilingües
de quechua y aymara? ¿Cancionetas de estrambó–
tiC"a coreografía, donde salen al redondel giganto-