PLATA Y
BRO~CE
maestra. Por suerte no escaseaban en la plaza .....
Gritos estentóreos ele: ¡Abajo la maistra! ¡Que salga
ele aquí la hereje! Que se vaya la descomulgada!, se
escucharon escalofriantes en la plazoleta herbosa y trá–
gica.
El que más se desgañitaba era Don Inocencio. · Su
voz cascada ele viejo borracho, pegado como el
guagra–
callo
al suelo. a la chicha de jora de
ande
el compadre
Teófilo que la hacía
rica
y
revolcadora,
se destacaba en
el griterío horrendo.
Ese hervor tumultuario incubaba sucesos · tremen–
dos.
El santo sacerdote sonreía gozoso. Las vieja;s se
apdmazaban
en torno para ganar la indulgencias a
que
era acreedora la que obtenía siquiera un superficial con–
tacto uyo .. ...
*
*
*
La casa se mantuvo cerrada.
Celina. sentada en su cuartito. esperaba con el Ser–
món Laico del Maestro de _ mérica abierto sobre
'la
falda,
la irrupción ele Calibán. Le hacían mucho bien esas pa–
labras ponderadas y c01wincentes junto al insulto procaz
y al ataque cleslayado.
Frente a ·ella. en un marco ele terciopelo horcljtdo por
sus manos. se veía el retrato--recortado ele una ilustra–
ción ele revista--del primer perseguido, del Montalvo de
la .Mercurial que clavaba sus ojo '·como flechas '' €n · 1os
que le nuraban.
¿Qué podía intentar la pobre ·mujer desamparada?
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