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FERNANDO CHAVES

Ni huir. Lágrimas puras y candentes se deslizaban

por

sus mejillas tersas y mojaban el libro altísimo y alenta–

dor .....

. ¿Quién .la ayudaría? El tío fue al pueblo vecino .. Re–

gresaría muy tarde. Pobre viejo, cómo podía contener

esa jauría de idiotas espO'leados por la sombra oscura que

empaña siempre el resplandor cultural y libertario.

¿Qué he hecho yo a esa multitud enloquecida ?-se

preguntó varias veces sin hallar respuesta justa. No re–

cordaba .n:ada. Su vida recta·

y

alba no . tenía borrones

de maldad.

De repente, le taladró el cerebro una evidencia. Re–

conoció entre todas el cloqueo de gallinácea del VIeJO

síndico. Evocó la mirada aviesa. oblicua con que

la

saludaba siempre que se cruzó con ella : el ruido provoca–

dor de sus alpargatas en el suelo duro cuando pasaba

a

su lado, mínimo, insignificante y rencoroso. Rememoró

también que el viejo preguntó una vez a la criada con

ira no disimulada.

-¿Por qué no va a misa tu patrona? ¿l?or qué no

se confiesa ? Le ya a pasar una desgracia el rato menos

pensado ..... Así dice el

s~ñor

cura.

Esa era la desgracia anunciada por el síndico. Ya

había preparado la tormenta el "sepulcro blanqueado".

La

mu~hacha

no besuqueaba las antihigiénicas filactfrias

del tabernáculo ; estaba, pues. condenada.

La raza de víboras que no perdonó a Cristo no cono–

ce el dulzor de la ternura. El blanco deliquio del perdón

no ilumina nunca sus almas de bodega. Traficantes

de

una religión que no entienden, predicadores de un código

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