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PLATA Y BRONChl
movilidad rara. Clavábanse en las azules de Raúl, por–
fiadas y quietas como un agujero hondísimo que produce
vértigo.
¿Qué pasaba en el alma de la Manuela en esos mo–
mentos? En vano hubiera pretendido adivinarlo el pa–
trón. Ese rostro de enigma no confiaría su secreto_
Quizá sus reminiscencias se posaban al vuelo en
el
Yenancio, en su novio indio que carecía de esas sinuosida–
des sanguinarias y amorosas de Raúl , pero que era más
bueno y más franco.
La mujer que se da a un hombre lo hace siempre pen-
sando en otro ...... Jamás se la capta íntegra. Defiende
·su sentimentaliclad proteica en la altura intangible del re–
cuerdo.
Inútilmente tentó el amo asomarse al fondo de ese
espíritu distinto. Tuvo que pararse en el brocal ele ese
po_zo ambiguo
y
silente después ele haber gustado sus aguas
placenteras.
Aún las mujeres ele la misma raza quedan como per–
petua incógnita frente a !a anhelosa inquisitoria del va–
.rón. ¿Iba a violar su misterio esa hembra ele una casta
atosigada de pavor, ahíta ele justificada confianza?
Habló Raúl.
La palabra incoherente quiso consolar a la Manuela
con razones- económicas.
Calló la longa.
Raúl la mimaba. Despaciosamente, sus manos pér–
fidas repasaban el óvalo de la cara y ambulaban, cálidas
aún. por el cuerpo de la india.
Ahora la longa ya · no huía.