PLATA Y BRONCE
VIII
Ese amor fue un sentimiento hostil que su carne–
desgarrada en sus antepasadas-. sus entrañas que palpi–
taban ante la posibilidad de la entrega, rechazaron con
ira
y
con náuseas. Una lluvia lenta
y
tristona de cariño
que mojaba sus miembros duros
y
le penetraba hasta el
alma reacia. Y no pudo defenderse. Cuando lo inten–
tó era demasiado tarde. Traidor, sombrío el amor ocul–
to se desquitó de la aversión pretérita, anulándola, pugnan–
do por salir a los labios en palabras acariciadoras.
Cuántas veces tuvo la longa sin ventura que evocar,
como a un broquel. la silueta del Venancio, de pie, varonil
y bello, allá en la rocosa ladera, para no responder a las
lisonjas del niño con un amitu que hubiera vendido a su
fisonomía de esfinge trasluciendo la emoción verídica.
Era eso lo que le retuvo en esa hora fatal. Unas
lianas sombrías
y
quemantes que se anudaron a sus tobi–
llos desnudos con un ardor lujurioso, raro para ella. Y
no pudo fugar.
Se quedó.
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