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LA ESFINGE INDIANA

La otra creencia, que ese arte no tuviese relaciones de condnuidad

histórica con el arte de la costa, se ha demostrado igualmente falsa. Los

valles peruanos que descienden al Pacífico, han arrojado pruebas indis–

cutibles de que su peculiar estilo de representación de la naturaleza y del

hombre se encuentra en relación genésica, irespecto a la "manera" y a

la

"materia", con las representaciones tiahuanacas. Esto se evidencia en

las obras de escultura, pintura, vasos figulinos o de piedra, y en los te–

jidos, y constituye un punto definitivamente sentado. (III. passim; IV,

p. 244). Unicamente queda abierta la cuestión de la anterioridad recí–

proca, como lo muestra la inestabilidad de las doctrinas escogidas para

explicar la sucesión relativa de las creaciones de la costa y las de la alti–

planicie.

Tercera presunción es la decadencia de la cultura. Al finalizar la

época de los constructores de Tiahuanaco, habríase producido un verda–

dero embrutecimiento. Esta concepción no extraña a quien ha seguido,

en otras regiones de la tierra, el desarrollo de los estudios históricos y et–

nográficos. Los escritores, en el período nebuloso de la investigación,

han mostrado siempre la tendencia a p¡esrrmir que un pueblo, en una

época determi da, represe te el es amo regresivo de una cul a a borrada

para siempre, y de tenor altísimo, cultura que en las épocás más anti–

guas, pevdidas en a " n0che de 1

s

tiempos", logrr,ira hacer florecer la

comarca a image del

Eoén.

(V. Vol. L p.

z¿.

Típico es el libro de Vol–

ney, cuyo veilíalismo ejerció tanta ·nf uencia en un medio de melancó–

licos y

romá~os

Si en el campo de la teoría no puede e cluirse que se produjeran

decadencias locales en algunas regiones del mundo, en el caso particular

no existen pruebas de que el proceso cultural haya sufrido perturbaciones

tan intensas, pues su desarrollo nos aparece gradual y continuo, dentro

del área Pacífico-andina, a pesar de desplazamientos parciales y del juego

de las hegemonías.

No hay razón para admitir que en América, contrariamente a lo

que se ha comprobado en el resto del globo, el hombre produjera sus

mejores creaciones antes de las que fueron menos perfectas y aptas.

Si

esto es admitido generalmente, la única explicación es que las masas tie–

nen un conocimiento embrionario de estos problemas, comparable tan

solo con las tendencias que en la historia general mantuvieron durante

una larga infancia la idea de la felicidad y perfección originaria. (edad

del Oro, narraciones edénicas, paraíso terrenal.)

.

"No is it necessary to assent

-

escribe

BRL"lTON

con su habitual

clarovidencia - no es necesario compartir la opinión propuesta por el

General MITRE (ll, p. 55-61) y sostenida por algunos otros arqueólo–

gos, de que los más antiguos monumentos de América son los de com-