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ALBORES EN EL LABERINTO

Athenea.

(I,

libro Il, cap. 42, 43, 59). Ninguna duda de posibles corre–

laciones se presenta antes del siglo

XVIII.

Más de dos mil años después

de Herodoto, el Capitán COOK, el famoso navegante del Pacífico, puede

asombrar a sus contemporáneos con el relato de sorprendentes repeti–

ciones de mitos griegos encontrados por

él

en Polinesia (II) y el Padre

LAFITAU puede narrar de haber encontrado el ritual del culto nacional

de Roma entre los salvajes del mar Caraíbico

(III).

Sin embargo, el descubrimiento de América, y, más aún, el de las

tierras é islas de Oceanía, ya había modificado ampliamente el concepto

de humanidad, cuyos núcleos históricos pasaron a formar una escasa

minoría en comparación con los pueblos sin historia. Nació de esa

desproporción

(número), y de otros evidentes relativismos originados

por el concepto de las distancias (espacio)

y

de la cronología ( tiempo),

la idea de considerar la humanidad inculta como un espejo en que se

reflejan las primeras etapas de los pueblos civiles de la antigüedad. De

esa manera llegaron algunos a formul ar dos nuevas leyes, en oposición

a la fórmula anterior, o genealógica:

l.º

que el ascenso humano sigue

en toda área cultural el mismo orden de estados sucesivos ;

2.º

que debe–

mos encontrar e

rlol:lo ciclo de cultura, sin límite de territorio o de

tiempo, idéntíeas invencºones elementales, tanto ma'tecía les como espiri–

tuales, siendo estas elaboración común y espontánea de la humanidad

en su conjunto.

En resumen, cuan do

n.os

encontramos a explicar, hoy, las simili–

tudes de creaciones o costumbres de varios pueblos del mundo, más o

menos separados uno de otro, podremos elegir entre tres afirmaciones :

l.º

se trata de un hecho de trasmisión o difusión

(idea genética ) .

2.°

se debe a la identidad del espíritu humano, de sus necesida–

des o deseos, a la semejanz a de los materiales que se ofrecen

a su industriosidad, y de las máquinas elementales orgánicas

e inorgánicas que la naturaleza le brinda como modelos.

(con–

vergencia)

.

3.°

las semejanzas son residuos de la cultura indiferenciada que

alcanzó la humanidad en la época más remota de su desarro–

llo, antes de desmembrarse para difundirse en la superficie de

la tierra

(monogenismo ).

E sta tercera concepción merece algún comentario. No es solamente

una abstracción de filósofos monogenistas, o un acto de fe de místicos

puros. Después de la enunciación de GERLAND

(IV)

y la negación

de MÜLLER, Fed.

(V ), se mantiene con todos sus elemen tos sustan-