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ALBORES EN EL LABERINTO
sí están en continua osmosis de creaciones,
y
que el hombre prim1t1vo,
aunque inclinado a copiar, opone una inercia invencible a inventar, lo
que hace imposible la pluralidad de inventos
y
formas. Tres proposi–
ciones, como se ve, no menos
de psicólogo,
y
de orden igualmente aprio–
rístico
y
subjetivo.
Lo que hay en este terreno es, pienso yo, el abultamiento puramen–
te ficticio de normas que se quieren presentar, por ambos bandos, como
absolutas. Es innegable que si hablamos en sentido estricto, la produc–
ción autónoma y por separado es irreconciliable con la idea de la irradia–
ción de gérmenes de cultura
(XIX,
tomo
1,
pág. 437). Pero algunos
llegaron por este camino teórico, hasta afirmar que las
ideas elementa–
les,
oponiéndqse a la creación de la teoría geográfica de distribución, lle–
van la etnología a hacer caso omiso del mapa. .
Se trata evidentemente de una intransigencia llevada a los últimos
límites. En primer lugar, es aconsejable salir de los confines abstractos
para considerar en gran escala los hechos de experimento. No hay para
qué negar que un abundante número de casos, elegidos
~ntre
los que
no
admi~en
Cllscusión por su claridad, confüi;man la existencia de rela–
ciones de dep ndencía cultura , o trasmisión. Hay otros, no menos
claros, que confirma e camb¡o la invención espontánea, o convergen–
cia. Na ralmente, queaa abierta
1a
discusión acerca de una tercera y
gran cantidad e coinc1 encías, cuya explicación o(rece lugar a dudas.
En cuattt:o los ma p as geográficos de
di-s~ribución,
es perfectamente
gratuito afirmar que, al admitir la posibilidad de la invención autóno–
ma, hay que renunciar a ellos. Nada más tendencioso. Justamente en
los temas que admiten dudas y discusión, hacen más falta los mapas de
distribución de un elemento cultural en la tierra habitada, siendo la ma–
nera más práctica y útil para disponer objetivamente el material de
observación.
Solamente, y permítaseme insistir en este concepto,
r.eptesentación
no quiere decir interpretación.
Es justamente en la interpretación que, además de las relaciones
del espacio y del relieve y contornos terrestres, hay que tener presente
también otras relaciones, como la principalísima del tiempo, y, en ge–
neral, el mayor número posible de relaciones, evitando de forzar los
h echos, como han hecho siempre los antropogeógrafos, con el fin de
establecer un determinismo unilateral.
H emos visto a ELLIOT SMITH llegar arbitrariamente a la concep–
ción de una irradiación monocéntrica, de origen egipcio-fen icio, de todo
el p atrimonio cultural del mundo, basándose en
la
distribución de ele–
mentos como la
couvade,
la momificación, las abluciones, m utilaciones,