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ALBORES EN EL LABERINTO
comparables, como él dice, a la de la máquina a vapor (VI, tomo
I,
pá–
gina 48).
Sin embargo, cabe pedir que se nos presente algo más concreta–
mente el cuadro de los hombres, antes que llegaran a ellos las inven–
ciones más elementales desde los supuestos centros privilegiados, o de in–
vención; la imagen de los hombres que, según la frase de Ratzel, esta–
ban "desnudos sobre la tierra" (VI, tomo I, pág. 48).
Para salir, por último, del círculo de las abstracciones diremos que
nadie aceptaría hoy con favor una doctrina que explicara el origen de la
escritura en el globo, por medio de trasmisiones, pues los especialistas
sostienen el origen independiente de los signos alfabetiformes,mnemóni–
cos y convencionales, en las tribus más incultas y apartadas, sin hablar
de las pictografías (X, XII). Hasta la pretendida serie genealógica del
alfabeto clásico, que se bacía depender del egipcio por intermedio del
fenicio, ha perdido terreno ante la determinación de al menos cuatro
centros distintos de ideografías en el mediterráneo
or~ental.
(XI, XVIII).
Lo que únicamente nos interesa es la necesidad evidente de aceptar
como un hecho l
e isrenc·a, en e globo, de ideas y aplicaciones elemen–
tales. Sin pron ncia nos s·stemáticamente en favor de la unidad psico–
lógica deÍ género humano BAS!fIXN) o de la supervivencia de un estado
monogenético de
la
cultura (GERLAND), bástenos la constatación pura
y simple de este ' patrimonio común de la humanidad' (RATZEL).
Más concreto, quizás, como finalidad
inmedi~na,
resulta haber ad–
mitido que, al presentarse una correlación de formas, tendremos también,
para explicarla, el efecto de la doble similitud del deseo y apetito creador,
y de los medios materiales o modelos ofrecidos por la naturaleza.
La etnografía no puede renunciar al elemento de moderación y
limitación que estas constataciones aportan al método puramente arqueo–
lógico.
Rechazaremos toda determinación de áreas culturales basada sobre
el estilo de los petroglifos y pinturas rupestres de los pueblos naturales,
habiéndose demostrado que en el mundo entero esas representaciones re–
piten con fidelidad asombrosa un exigüo número de orientaciones estilís–
ticas.
¿Quién no ve que en América, Africa, Asia y Oceanía, y en la
Europa prehistórica, no obstante la variedad de los animales representa–
dos, gacelas, canguros, llamas, búfalos y girafas parecen dibujados por
una sola mano?
Ideas como las de espíritu, resurrección, ofertas funerarias de ar–
mas, ajuar y alimentos, prácticas de conservación o destrucción del ca-