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!DOBLE PRESUNCIÓN

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.animal, traída de otras regiones en qqe el paquidermo abunda. 'Por con–

siguiente, según Forbes,

toda otra tnterpretación es más atendible que la

elefantesca.

Esta presunción de imposibilidad, fundada en un postula–

do histórico, no podía conducir sino al absurdo. Los varios Autores

han reconocido en la misma figura la imagen del tapir, de la tortuga, del

Elepbas Columbi,

del loro azul y del pulpo ...

Se cofoca en segundo lugar la presunción morfológica. Forbes,

Stempell, Seler y demáS Autores han hablado puramente como morfó–

logos. Es un gran error. Con toda evidencia, el problema no es zoo"ló–

gico. Mirando bajo este ángulo visual, difícilmente puede uno conceder

la importancia debida .a la

manera convencional

del dibujo. Hasta un

zoólogo, G. C. R.obson, termina por confesar, con una franqueza digna

de elogio, que por este camino no se llega a ningún lado, y que

son

igualmente plausibles las interpretaciones que distinguen en la escultura

un Proboscidio, un Molusco

o

un Celenterado.

No hay razón para excluir en absoluto, como pretende Forbes, que

los escultores de Copán fuesen influenciados por imágenes de elefantes,

más o menos directamente. Por mi 1menta, he pensado siempre que si

pudiésemos comprobar que en la India u otro l gar, e:&isten imágenes

elefantescas con la trOmRa estil'zada a guisa de pico, o con los ojos des–

plazados hacia atrás, y sm defensas ni oirejas, no habría más remedio que

considerar también las figu.ras americanas como emparentadas con -el

elefante.

Hoy, esta

Por un camino del todo inesperado pude llegar a un resultado que

mur.hos elementos aconsejan considerar como un paso definitivo hacia

la solución de tan tomplicado problema. Inútil es repetir que lo más

importante, a mi -modo de ver, en la búsqueda del hilo conductor, fué

el haberme colocado aparte tanto del sendero "morfológico", como de

la etnogén!'?sÍs tradicionalista, trasladando la cuestión a su propio terre–

no, que es el de la e!nografía.

Odoardo Beccari, el intrépido y abnegado explorador del. Archipié-

·lago Indonesio, nos ha dejado el precioso dibujo de un

karwar

esculpido

por indígenas de la Nueva Guinea. Aunque tenga todo el aspecto de un

ídolo, el

karwar

no es propiamente un ídolo. El

karwar,

dice ,Beccari,

es como un

medium

para ponerse en comunicación con el espíritu de los

difuntos. De toda persona amada se hace, después de su muerte, un

karwar,

que tiene el lugar de una imagen, y al que se dirigen ruegos y

y se tributan homefiajes. Todo

ka~war

es, además, un amuleto. Los

hay pequeños, que se llevan colgando del cuello, y los hay para