!DOBLE PRESUNCIÓN
197
.animal, traída de otras regiones en qqe el paquidermo abunda. 'Por con–
siguiente, según Forbes,
toda otra tnterpretación es más atendible que la
elefantesca.
Esta presunción de imposibilidad, fundada en un postula–
do histórico, no podía conducir sino al absurdo. Los varios Autores
han reconocido en la misma figura la imagen del tapir, de la tortuga, del
Elepbas Columbi,
del loro azul y del pulpo ...
Se cofoca en segundo lugar la presunción morfológica. Forbes,
Stempell, Seler y demáS Autores han hablado puramente como morfó–
logos. Es un gran error. Con toda evidencia, el problema no es zoo"ló–
gico. Mirando bajo este ángulo visual, difícilmente puede uno conceder
la importancia debida .a la
manera convencional
del dibujo. Hasta un
zoólogo, G. C. R.obson, termina por confesar, con una franqueza digna
de elogio, que por este camino no se llega a ningún lado, y que
son
igualmente plausibles las interpretaciones que distinguen en la escultura
un Proboscidio, un Molusco
o
un Celenterado.
No hay razón para excluir en absoluto, como pretende Forbes, que
los escultores de Copán fuesen influenciados por imágenes de elefantes,
más o menos directamente. Por mi 1menta, he pensado siempre que si
pudiésemos comprobar que en la India u otro l gar, e:&isten imágenes
elefantescas con la trOmRa estil'zada a guisa de pico, o con los ojos des–
plazados hacia atrás, y sm defensas ni oirejas, no habría más remedio que
considerar también las figu.ras americanas como emparentadas con -el
elefante.
Hoy, esta
Por un camino del todo inesperado pude llegar a un resultado que
mur.hos elementos aconsejan considerar como un paso definitivo hacia
la solución de tan tomplicado problema. Inútil es repetir que lo más
importante, a mi -modo de ver, en la búsqueda del hilo conductor, fué
el haberme colocado aparte tanto del sendero "morfológico", como de
la etnogén!'?sÍs tradicionalista, trasladando la cuestión a su propio terre–
no, que es el de la e!nografía.
Odoardo Beccari, el intrépido y abnegado explorador del. Archipié-
·lago Indonesio, nos ha dejado el precioso dibujo de un
karwar
esculpido
por indígenas de la Nueva Guinea. Aunque tenga todo el aspecto de un
ídolo, el
karwar
no es propiamente un ídolo. El
karwar,
dice ,Beccari,
es como un
medium
para ponerse en comunicación con el espíritu de los
difuntos. De toda persona amada se hace, después de su muerte, un
karwar,
que tiene el lugar de una imagen, y al que se dirigen ruegos y
y se tributan homefiajes. Todo
ka~war
es, además, un amuleto. Los
hay pequeños, que se llevan colgando del cuello, y los hay para