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que nuestro Aillu sagrado tiene la provi–
dencial misión de llevar sus armas victo–
riosas hasta donde ya no haya hombres
que reducir
~ni
pueblos· que sujetar. Mien-
tras el Sol nos alumbre y pueda volar el
Cóndor, p.adie repos·e.
So_naron ·músicas, y co1nenzó la danza
grave y sole-mne de los grandes días. Era
la
Kaswa majestuosa, sublime en ritmos
de cosmogonía, cuyos aires recuerdan u–
·na edad heróica de semidioses y titanes.
Era la Kaswa de cuyos compases se iban
levantando, como por
~n$almo,
las mura–
llas estupen a
de
ajsawa1nan. Era la
gran terraz
il
.
1
ada de
oce~
dente por
·el
Sol, donde
se
~senvolvía,
con desusada
y
maravill a;:n:
selfilnmidad, la Danza
Má...
.
x1ma.
Era como la parodia del movimiento
de los astros, en la eterna armonía de la
música de los cielos. Ora surgía el torbe–
llino anterior a la formación de los mun–
dos, ora el céfiro, ora la brisa. Después
vino la pausa, el silencio preñado de mis–
terio, el silencio de la
nebulosa,
de
la
noche profunda, de la altitud inmensu-
rable . . .. .
El Sol daba sus últhnos destellos. Las.
cumbres del Pijchu se
bañaban de oro
viejo. Paukar
y
Koillur, en un extremo de