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~

41 ---

que nuestro Aillu sagrado tiene la provi–

dencial misión de llevar sus armas victo–

riosas hasta donde ya no haya hombres

que reducir

~ni

pueblos· que sujetar. Mien-

tras el Sol nos alumbre y pueda volar el

Cóndor, p.adie repos·e.

So_naron ·músicas, y co1nenzó la danza

grave y sole-mne de los grandes días. Era

la

Kaswa majestuosa, sublime en ritmos

de cosmogonía, cuyos aires recuerdan u–

·na edad heróica de semidioses y titanes.

Era la Kaswa de cuyos compases se iban

levantando, como por

~n$almo,

las mura–

llas estupen a

de

ajsawa1nan. Era la

gran terraz

il

.

1

ada de

oce~

dente por

·el

Sol, donde

se

~senvolvía,

con desusada

y

maravill a;:n:

selfilnmidad, la Danza

Má...

.

x1ma.

Era como la parodia del movimiento

de los astros, en la eterna armonía de la

música de los cielos. Ora surgía el torbe–

llino anterior a la formación de los mun–

dos, ora el céfiro, ora la brisa. Después

vino la pausa, el silencio preñado de mis–

terio, el silencio de la

nebulosa,

de

la

noche profunda, de la altitud inmensu-

rable . . .. .

El Sol daba sus últhnos destellos. Las.

cumbres del Pijchu se

bañaban de oro

viejo. Paukar

y

Koillur, en un extremo de