En las anchas terrazas de Kollkampata,
desde donde podía contemplarse la seño–
rial ciudad, el Inka presenciaba la inicial
labor de roturar los campos, preparándo–
los para el serribrío. Catorce jóvenes de
la ·sangre imperalicia, al son de ,ftlegres
músicas, manejaban los arados de oro; se
abría la tierra en surcos húmedos · sobre
los·que pronto había de caer la semilla. Le-.
j
ano, cortando el h9rizonte con sus níveas
aristas, alzábase majestuoso, el Apu Au–
sanka
ti,
titán_ico centinela, austero
y
gra–
ve coro.o un protector milenario. Ni el más
leve .soplo rompía la ser.enidad de la tarde.
1
•
•
.·
..