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38 -

Plácido

y

deleitoso, extendíase el valle de

los Cuatro Ríos,

y

más cerca del abrigo

de los cerros, reclinábase la Corte del Sol,

como una mancha cetrina en el lomo ter..,

so de un puma dormitante. El Inka impa–

sible como un dios, mantenía la vista en

alto, sin dignarse mirar fija1nente objeto

alguno.

Sus ojos de ágata, brillantes, re–

fulgían con10 aceros en justa. En sus pu–

pilas, retratóse , una y otra vez, el puro azul

del cielo,

y

su rostro de esfinge animóse li–

geramente c-omo si el bronce tomase alrna.

Mi

' hacia el confín; ahí estaba. el Apu

Au a

k

1,

rlDio,

i ponente, con1'0 un

dios, co o nn Ink , má pc¡>de.roso, inás

fuerte

teP

o

inconmovible, vecino del

Sol,

lo-s

ojo~

<J

ágata brillaron con ful–

gores de-scono-eidos revelando el secreto de

su alma, como descubre el relámpago la

ignota existencia de las cosas en la noche

plena.

¿Qué hondos sentimientos había des–

pertado la visión del gran ancestral inacce–

sible?¿ Qué sedimentos había removido en

esa alma el luininoso torrente.? El Inka

levantóse, solemne, de su alto sitial. Ce–

saron los cantos y comenzó el banquete.

Libó el rei con los grandes capitanes.

Fuer!on hasta 'él

~

ofrendarle los

j

~es¡

aliados, los nobles del aillu reinante. El

Sol ponía su brillo en los metálicos ador-