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Plácido
y
deleitoso, extendíase el valle de
los Cuatro Ríos,
y
más cerca del abrigo
de los cerros, reclinábase la Corte del Sol,
como una mancha cetrina en el lomo ter..,
so de un puma dormitante. El Inka impa–
sible como un dios, mantenía la vista en
alto, sin dignarse mirar fija1nente objeto
alguno.
Sus ojos de ágata, brillantes, re–
fulgían con10 aceros en justa. En sus pu–
pilas, retratóse , una y otra vez, el puro azul
del cielo,
y
su rostro de esfinge animóse li–
geramente c-omo si el bronce tomase alrna.
Mi
' hacia el confín; ahí estaba. el Apu
Au a
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1,
rlDio,
i ponente, con1'0 un
dios, co o nn Ink , má pc¡>de.roso, inás
fuerte
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o
inconmovible, vecino del
Sol,
lo-s
ojo~
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ágata brillaron con ful–
gores de-scono-eidos revelando el secreto de
su alma, como descubre el relámpago la
ignota existencia de las cosas en la noche
plena.
¿Qué hondos sentimientos había des–
pertado la visión del gran ancestral inacce–
sible?¿ Qué sedimentos había removido en
esa alma el luininoso torrente.? El Inka
levantóse, solemne, de su alto sitial. Ce–
saron los cantos y comenzó el banquete.
Libó el rei con los grandes capitanes.
Fuer!on hasta 'él
~
ofrendarle los
j
~es¡
aliados, los nobles del aillu reinante. El
Sol ponía su brillo en los metálicos ador-