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aguas tranquilas.
Las
wallatas
saludaron'
su paso con gritos estridentes.
Kusipuma despidióse
y
ascendió por la
calle escalonada que baja de Kollkampa–
ta. De lo alto se puso a contemplar la ciu–
dad. Cuatro mujeres entraban en Kasana.
Eran Koillur, Kenti, Pillko
y
Mama War–
ku.
Un hombre estaba a la puerta. ¿Quién
era él? Kusipuma no podía reconocerle.
Ese hombre había
saludado
particular
mente a Koillur.
¿Sería el rival, el atrevido que se po–
nía a cruzarle el paso?
Kus1puma bajó rápidamente. .En pocos
minutos estaba en la terraza ancha des–
de la que se distinguía el barrio del Ai–
llu Real.
En una de las callejas, se habían en–
contrado Koillur
y
Paukar,
que no era
otro el hombre a quien había visto Kusi–
puma. Conversaban quedamente. Era el
idilio.