HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN
PERUANA
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ver una traducción española de
"manca"
u
olla
(en que se hervían
los potajes destinados a los festines que comportábala las
jaujas
andinas) fueron igual número de saciaderos provinciales.
El saciadero de la Llacta madre del Imperio, fué desde lue–
go, el más conc.urrido y el más renombrado.
Las tales
jaujas
incaicas llenaron, como hoy diríamos, los fi–
nes de una bien entedida
política.
Para activar la fusión de los elementos radales que ·interve–
nían en la sociabilidad del imperio y formar de tal suerte una
nacionalidad,
fué menester que los individuos de los cuatro suyos
acudiesen al Cuzco y se viesen colocados en íntimo consorcio, por
determinadas fechas del año incaico, en determinados centros de
abundancia y de placentero vivir; esto es, en determinados
países
de Ouccaña,
como dijeron los italianos, y de
Ooccagne,
como dije–
ron los franceses, al traduciF según la
foné~ica
de sus respectivos
idiomas, el nombre Jauja, convertido en
Oauca, Oaucaña
y
Cucaña.
La conducci6n de los tributos que los diferentes curacatos pa–
garon al Inca y
a
sacerdocio, fueron la razón de ser de aquellas
a modo de cita
d
las
tlifereiates razas, castas y linajes del im-
.
perio.
_,,.,.,...
La designación de los individuos encargados de conducirlos '
ha debido constituir una de las
preocupaciones
de las gentes de los
aillos
privilegiados comprendidos en las diferentes comunidades.
El viaje a la ciudad imperial, la vista de las "pacarinas" ali–
neadas en sus cuatro
ceques?
la de sus "canchas" y adoratorios,
ia participación en las ágapes y regocijos de que fué asiento el
deleitoso valle de Saxayhuamán, han debido imprimir en quienes
intervinieron en ello un timbre de distinción comparable, acaso, a
la que ve reunida en su persona al musulmán que lleva a cabo el
viaje ritual a la tumba del Profeta.
Si este último merece, entre sus congéneres, el nombre de "el
hadgi"
(el santificado),
aquél mereci6, posiblemente, el de "runa–
huanac": el
experimentado:
el que supo de los usos y costumbres
de la ciudad gentil por excelencia.
"De tal manera-escribe Garcilaso-era la adoración que los