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~

Cuéntase que, cierto día de un invierno

crudísimo, el ingeniero a cargo del replan–

teo del ferrocarril a Bolivia, hacía un via–

je de inspección por la quebrada de Hu–

mahuaca. Acompañábale don Agustín

Borús, en su carácter de jefe secciona} de

Puentes y Caminos de la Nación.

Ambos viajeros, después de una marcha

pr11osa

y

larga, llegaron a Pumamarca, ven

cidos por la fatiga y por el

frío,

pidiendo

permiso para pasar la noche en casa de

Doña Ana, a fin de continuar su camino

y

su t area a la mañana siguiente. Pero

aquella vieja vengativa hasta la exagera–

ción, recordando un antiguo resentimien–

to casi sin importancia con el señor Bo–

rús, negóse en el primer momento a dar

paso a su presunto

ene~igo,

contestando

poco mas o menos: "que vaya

esi

viejo

di

gran

sieti

a dormir en el

playo

y qui

moere

di

frío

como

perro".

La noche era espantosamente helada

y costó casi una hora de ruegos, poder

disuadir de su empeño a Doña Ana, ju–

rándole además que todos la estimaban en