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to sazonado y exquisito, fuera un mensaje
de afecto, fuera una estrofa ideal de la
leyenda aborigen.
Los lugareños, desplazados poco a po–
co, por ley natural, por la conquista del
progreso humano, retroceden lentamente
camino de los cerros, en donde confun–
didos algún día con las nieves de las cum–
bres más altas, tendrán por desgracia q'
dar por cumplida su misión en la vida de
nuestro pueblo, del pueblo que nos dieron
ellos mismos, del pueblo que ellos temieron
tan grande como el cielo que les vió nacer,
tan poderoso como el encanto de sus
tra–
diciones; pero ha de perdurar en el am–
biente, mientras existan sus montañas,
el recuerdo de sus costumbres y la poe–
sía de sus leyendas.
Estos rústicos hombres que visten el
burdo traje tejido por la mano de su in–
dia y que calzan la pobre sandalia de cue–
ro crudo, han hecho, sin embargo, de sus
costumbres, leyes que resultan inmuta–
bles entre los de su clase y que están muy
por encima de la pretendida justicia de