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los códigos y de los otros hombres que ri–
gen los destinos de los pueblos que mar–
chan a la cabeza del murído civilizado.
El indio del Norte, practica desde tiem–
po inmemorial, el comunismo que agita
hoy a las naciones de la vieja Europa;
y si estas ideas que predica Lenine, no
fueran sinó el resurgir de los pensamien–
tcs de
~Acurgo,
de Platón y de Owen, po–
dría decirse que los aborígenes que pue–
blan las montañas de Ju juy, se han ade–
lantado a la época, dando enseñanzas que
debieran recoger todos los pueblos civili–
zados de la tierra.
El indio jujeño, agricultor por exce–
lencia, ha hecho de las inclinadas; faldas
de sus montañas, fértiles praderas que
cultiva a_ la medida de sus fuerzas para
subveni r a las más imperiosas necesida–
des de la vida. La inclemencia del rudo
invierno que viste de nieves esas alturas,
así como la relativa escasez de las aguas
para el regadío, le han aguzado el inge–
nio y le hai'l hecho construir, como no lo
harían mejor los más renombrados in-