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yerros, o hacer olvidar algún pasado in–

grato.

Doña Ana, tenía

y

no tenía marido:

viuda

y

vuelta a casar, cuéntase que un

día propinó a su segundb esposo, una

lluvia de fuertes puñetazos, echándole lue–

go de su casa.

Las elecciones de diputados nacionales

y

de gobernador de la provincia , la preo–

cup:ibP

n siempre. Ella era el caudillo que

alguna vez dió el triunfo al candidato de

su simpatía,

y

que consiguió la derrota de

s u enemigo.

Vestía polleras; pero montaba a caba–

llo como hombre

y

en su indumentaria

entraban también un saco

y

un sombrero

alón como los que llevan los hombres.

Dueña de una fracción de terreno en

las minas de borax, contrataba directa–

mente sus peones

y

dirigía personalmen–

te sus primeros trabajos. Nunca pidió un

consejo mas que a su abogado; ordenaba

y,

con cierta frecuencia

y,

así como al des–

cuido, acariciaba el mango de un revolver,

su compafíero inseparable.