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llen patos, flamencos, chorlos y guaya–
tas.
En el extremo opuesto de la vertiente,
cuyo líquido se desliza entre un marco
de berros silvestres, están las ruinas de
una antiquísima casucha de piedras en la
que habitó Leandro, personaje noveles–
co, cuyo nombre significa todavía para
los indios de las inmediaciones, un sím–
bolo de redención, nombre que pronun–
cian con el respeto con que una creyente
musulmana llamaría a su dios.
La grandiosidad de este lugar, invita
al alma a un instante de religioso reco–
gimiento y, de la
m~ditaci\Ón
profunda
en que se engolfa el viajero, le vuelve a
la vida real el agudo relincho del guana–
co silvestre. Es el grito de guerra del
rey de la fauna lugareña, del amo y se–
ñor, cuya silueta se destaca sobre la cum
bre del cerro que ha elegido por pedestal.
Seguramente llegó a oídos de Leandro,
que algunos jesuitas, en su precipitada
fuga, al ser expulsados por los españoles ·