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muchos kilómetros de aridez, algunos pe–
queños alfalfares que han sido secciona–
dos en su mayoría por la vía férrea.
El pal.saje es hermoso: las escarpadas
sierras, siempre vestidas de variados co–
lores, semejan en parte las rústicas cons–
trucciones de un pesebre de navidad en
una casa pobre, y el resto de las faldas,
adornado de trecho en trecho, durante el
verano, con los vistosos parches verdes
de los diminutos alfalfares, hace pensar
en lo mezquino de las cosas humanas com–
paradas con ia grandiosidad de la Natu–
raleza.
Una pareja de coyas, cuya mujer lleva
sobre sus espaldas la manta roja en la
que va embolsada la pequeña "guagua",
marcha lentamente por el camino de la
playa, arreando una tropilla de llamas
cargueras. En su cadencioso andar,. la
madre indígena_balancea su preciosa car–
ga y el niño adormecido por este arrullo
continuo, sueña con la
pequef.íacabra, su
amiga y nodriza que ha quedado allá en