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montañas, da la sensación de la vida, con

el estridente silbato que como grito sal–

vaje, repiten las rocas hasta extinguirse

el eco entre las grutas lejanas.

La angosta senda que conduce hacia el

nordeste, sube siempre, lentamente, hasta

dar con el angosto camino de Orán que

costea la Laguna de Leandro, adonde se

llega después de algunas horas de pesada

marcha.

Esta laguna, de unos trescientos metros

de largo

y

situada a mas de tres mil me–

tros sobre el nivel del mar, está forma–

da por el agua que de una cristalina ver–

tiente de las faldas, se ha depositado en

el embudo que resulta de los tres picos

pedregosos que la aprisionan.

Un entretejido de raíces flotantes for–

ma la superficie sólida, de una resisten–

cia tal, que se marcha sobre ella en mu–

la, sin peligro inminente.

De trecho en trecho, este piso elástico

y

fuerte, se interrumpe dejando ver un

agua clara

y

sabrosa, en la que zambu-