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HORAC!O H. URTEAGA

chinela o el Pantalón de Benavente, no quieren que se turbe

la paz de la

ciudad alegre.

Pero ya la ciudad alegre que ha desconfiado del caduco

ideal, quiere volver al hogar antiguo a recibir lección y ejem–

plo. Olvidó un día que

fué

grande, que

fué

americana, que

fué

india, y avergo·nzada de su proge)lie se creó una agnación

imposible con extrañas razas. Desconoció su historia, grande

y heroica, porque sólo le ·recordaron el cautiverio, y renegó

de la raza, cuya sangre circula en sus venas. de cuyo suelo

es dueña, cuya energía sólo duerme. Y hoy, despierta de la

terrible pesadilla, qu·iere salir de las tinieblas y busca. entre

tanteos y caídas, esas inmensas claridades de su pasado. Los

que conocemos la ruta debemos guiarla, hacha en mano, rom–

piendo la trocha que durante tres siglos se ha ocultado con la

maleza de la mentira, cantando alegres los himnos al Sol, lo

antiguos "hayllis ", y recordándole al Perú que en su pasado

encuentra su porvenir escrito, porque la raza que fundó el

Imperio de los Incas, vive: sólo que está sujeta e inmoviliza–

da por nuestro egoismo:

¡

"Desatadla

u

dejadla ir"

!