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HORACIO H. URTEAGA
con ejércitos y otros procedimientos de pueblos civilizados (sic)
Entonces se nos dice que Uegó Pizarro y se aprovechó de esa
guerra intestina; azuzó a un hermano contra el otro, y así
pudo al fin conquistar el Imperio".
"Todo esto con otras mil cosa"s igll'ailmente ridículas, inexac–
tas e imposibles, es parte de uno de los romances históricos
más fascinadores, pero más erróneos que se han escrito. (sic)
Nunca hubiera salido de pluma alguna, si entonces se hubiera
conocido la hermosa y exacta ciencia de la etnok>gía.
Es difícil encontrar en tan pocas páginas omayor cúmulo de
errores, que quizá si pudiera disculpar la ignorancia del
seudo historiador yanqui, si no estuvieran encaminadas a ter–
giversar la verdad, desviar, de mala fé, el criterio his -
tórico, desconocer hechos y negar lo que los cronistas de
la época, los oidores y los virreyes españoles, los viajeros y
los sacierdotes cristianos de ese ponderado siglo XVI, sostu–
vier.ony narraron como testigos oculares de esa civilización
que sepultó la conquista española, deteniéndola en su evo–
lución progresiva, y que hoy, precisamente hoy, después de
!•as exploraciones arqueológicas, de los estudios críticos sobre
las fuentes históricas, de los datos de la filología americana
¡
de esa ciencia etnológica cuyo objeto y alcances
ignora el
escritor norteamericano, después de toda esa labor científica,
realizada para conocer las civilizaciones ¡;recokimbinas; la cul–
tura del Imperio de.J Sol es la espectación del mundo sabio.
Humboldt y Bonmpland, observando sólo restos casi infor- .
mes de los monumentos incaicos, deducían, hace más de un
siglo, el esplendor de esa cultura imperial; más tarde, Cas–
telnau y D'Orbigni, Midlendorff y Squire, Stevenson y Ulhe,
Stuber y Seler, y otros más, arqueólogos, historiadores, filó–
logos eminentes y observadores sin prejuicios y sin fines mer–
cantilistas, han confirmado lo que esos famo o cronistas del
siglo XVI,
C~eza
de León, Acosta, Polo de Ondegardo, Zárate
y
Santillana, contaron de la grandeza del Im¡::erio del Sol.
P ero Lummis, el difamador de la civilización antigua del
Perú, se ha impuesto la evera misión de rectificar, dice, los
errores que Humboldt y Prescot han estampado en sus libros,
al describir la cultura de los Incas, Prescot, el ilustre historia–
dor norteamericano, ha escrito :
" No debemos desconocer la verdadera magnitud de los