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BOCETOS HISTÓRICOS
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después de tres siglos, lo que Isabel de Hungría con 10$ mi–
serables, acción que ha dado tema al más hermoso de lo-;
cuadros cristianos. Pobre niña
!
Ama a su patria, como ama
el cielo; ya que no puede impedir que el brazo de los amos
de Castilla caiga despiadado sobre la cabeza del jnfeliz in–
dio, por lo menos le regala a éste sus oraciones mezcladas
de lágrimas, y pasa las noches en vela, trabajando sobre
el bastidor para llevar un blanco pan a la mano del esclavo,
y un pedazo de tela al niño abandonado en los suburbios
de la Lima del siglo XVI.
Ella, que tiene el instinto de la nacionalidad, ama su
Lima que tiene la gracia y la gentileza de las rosas que le
han regalado su nombre; para su Lima son sus pronósticos
magníficos; su ciudad natal será en el porvenir la
P e1·la del
Pacífico,
y ojalá que se cumpla su profecía. Su Lima no será
saqueada por los corsarios. Cuando sabe que Spielbert ha
vencido en Cerro Azul a la escuadra del Virreynato, anima
a las multitudes consternadas y las incita a la defensa. Rosa
de Lima apenas tenía 29 años. Un día, cuenta la tradición,
que el Vin;ey, el valiente señor de Montesclaros, que presenció
las exhortaciones de la Santa a los defensores de la ciudad, se
acercó a ella para pedirla una bendición.
Por fin, Spielbert llega triunfante al Callao, a poner a
saco a la Ciudad de los Reyes; mientras la multitud se agol–
pa en los templos y las campanas tocan rogativas que suenan
a ecos de muerte y las milicias se acuartelan, Rosa de Lima,
rodeada de miles de mujeres y de niños, que ya no tienen
más amparo que Dios, eleva al cielo sus oraciones, y dejan–
do las gradas del altar arrastra a la multitud a las afueras
del Santuario para luchar por su religión, por su patria y
por su Rey; una sola émula ti.ene, en la historia humana, esa
niña heroica: Clara de Asís, defendiendo su patria y su igle–
sia, contra los asaltos de los gibelinos austriacos
!
Santa Rosa de Lima, a la vez que es la representación
de esa época mística, arrepentida con una fe sincera, es la
protesta a las costumbres morbosas que corrompían la at–
mósfera de ese siglo de las fundaciones y de los grandes ac–
tos de la caridad pública y privada.
El Santuario de la Santa, con unas cuantas reliquias de