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HORAC!O H. URTEAGA

te la superioridad de su talento, ni el Conde de la Granja,

en su ardor poético y sus esfuerzos por embellecer el cua–

dro de la vida extraordinaria, en virtudes y en martirios, de

Rosa; ni los

nar~adores

vulgares de los hechos de la Santa.

que nos cuentan en fantásticos relatos lo que fué la virgen

limeña, nadie, hasta hoy, nos ha dicho todo lo que fué esa

superior mujer de grandes vi,rtudes, en medio de su época

atolondrada y criminal, y no obstante el ejemplo de villa–

nía y de irrespetuos-idad a leyes divinas y humanas, que

caracterizó a los hombres de su siglo; como esas raras vege–

taciones que el capricho de la flora de América, hace nacer

en medio de los pantanos, vegetaciones que son luz, fragan–

cia y dulcísima tonalidad de una

ga~a

de colores; brilla esa

mujer extraordinaria, siendo protesta oontra la ambición

y la hipocresía de su época, ya que ella fué la personificación

de la caridad y la limpieza de corazón.

Falta para . la virgen limeña un retrato

c~mpleto

de su

vida, dentro de su marco, de su ambiente y de su siglo.

Nunca el personaje histórico se aprecia por la posteridad,

sino bajo

la

condición de colocarlo en su medio y de hacer–

lo vivir dentro de su época. Como Isabel de Hungría,

nacida en medio de los horrores y liviandad del feu–

dalismo, y caritativa y pura, no obstante el desprecio

del hombre por el hombre y la impureza de entonces;

Rosa de Lima nace en los orígenes de una nacionalidad que

se forma, en medio de'1 desplome de una organización que

caía para siempre y la impetuosidad de los caracteres del

aventurero conquistador y ambicioso, que considerando suya

la tierra arrebatada o descubierta, y privilegiado su dere–

cho, apenas si reconocía más leyes que su voluntad. Fué la

época en que los á,,rboles dP los caminos que recorrían los

conquistadores en guerra, estaban señalando con los ahor–

cados que probaban

la,

eficacia de las persecuciones; época en

que las mujeres honradas se envenenaban con solimán para

no ser deshonradas después de los sacos de las poblaciones o

para no sobrevivir a su deshonra; tiempos sombríos en que

las damas del gran mundo, después de seguir las cofrerías de

la guerra, y ver el fin de sus esposos o de sus padres, marca–

do con un patíbulo, buscaban, en el silencio del claustro la