234
HORAC!O H. URTEAGA
te la superioridad de su talento, ni el Conde de la Granja,
en su ardor poético y sus esfuerzos por embellecer el cua–
dro de la vida extraordinaria, en virtudes y en martirios, de
Rosa; ni los
nar~adores
vulgares de los hechos de la Santa.
que nos cuentan en fantásticos relatos lo que fué la virgen
limeña, nadie, hasta hoy, nos ha dicho todo lo que fué esa
superior mujer de grandes vi,rtudes, en medio de su época
atolondrada y criminal, y no obstante el ejemplo de villa–
nía y de irrespetuos-idad a leyes divinas y humanas, que
caracterizó a los hombres de su siglo; como esas raras vege–
taciones que el capricho de la flora de América, hace nacer
en medio de los pantanos, vegetaciones que son luz, fragan–
cia y dulcísima tonalidad de una
ga~a
de colores; brilla esa
mujer extraordinaria, siendo protesta oontra la ambición
y la hipocresía de su época, ya que ella fué la personificación
de la caridad y la limpieza de corazón.
Falta para . la virgen limeña un retrato
c~mpleto
de su
vida, dentro de su marco, de su ambiente y de su siglo.
Nunca el personaje histórico se aprecia por la posteridad,
sino bajo
la
condición de colocarlo en su medio y de hacer–
lo vivir dentro de su época. Como Isabel de Hungría,
nacida en medio de los horrores y liviandad del feu–
dalismo, y caritativa y pura, no obstante el desprecio
del hombre por el hombre y la impureza de entonces;
Rosa de Lima nace en los orígenes de una nacionalidad que
se forma, en medio de'1 desplome de una organización que
caía para siempre y la impetuosidad de los caracteres del
aventurero conquistador y ambicioso, que considerando suya
la tierra arrebatada o descubierta, y privilegiado su dere–
cho, apenas si reconocía más leyes que su voluntad. Fué la
época en que los á,,rboles dP los caminos que recorrían los
conquistadores en guerra, estaban señalando con los ahor–
cados que probaban
la,
eficacia de las persecuciones; época en
que las mujeres honradas se envenenaban con solimán para
no ser deshonradas después de los sacos de las poblaciones o
para no sobrevivir a su deshonra; tiempos sombríos en que
las damas del gran mundo, después de seguir las cofrerías de
la guerra, y ver el fin de sus esposos o de sus padres, marca–
do con un patíbulo, buscaban, en el silencio del claustro la