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R
!CARDO ROJAS
marino caracol; ya se contorsiona en desenfrenada luju–
ria; ora vibra como silbante sirena ; ora su furia
e~
tanta que al detenerse sobre un arbusto, la débil lefia
cruje
y
se despedaza entre los brazos del dios.
De
esta suerte, Zupay es no solo el monarca de aque–
llas espesuras, sino el centro de su mitología del mal.
Él preside la Salamanca, misteriosa caverna del bosque
donde los hombres llegan
á
la posesión de las ciencias
satánicas ; él inicia á la bruja,
y
otorg~,
sobre hipote–
cas del al n-: a, extraordinarios poderes. Hay en todo esto
resabio de anf
das al ambiente
supersticiones española , adapLa–
. fin ·aquellas poblaciones del país
~~!:Y-'-~e
los centros urbanos
y
las carre–
teras reales -
onde llegaban hace ya varios
siglos las misiones católicas -
la pa1 Le activa
y
posi-
tiva de su culto cayó en olvido, por faltarles la acción
cotidiana y sacramental de la Iglesia. En cambio,
todo cuanto constituía el reverso del cristianismo -
(el Infierno ·Y el Diablo) -
debió perdurar,
y
arraigó
más hondamente en esa tierra de tenebrosas espesuras.
Esto no sólo estaba libre de las formas del rito, sino
que impresionó la mente indígena
y
floreció en ella
como en limo propio, siendo el terror
á
lo sabrehumano,
sentimiento que la selva sugiere á 'porfía, hasta fijarlo
en rasgo del alma regional.