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-

XXXVI -

nuestro Dios

y

Seiíor, como nos ense1ió el Salvador del

mundo, siendo la misma santidad, quiere er adorndo

con espíritu y verdad ;

jr

esto no puede ser sin la pureza

y santidad del corazón. F altando esta· pureza y san–

tidad, no pueden ser grato al Seíior los actos de

nuestro culto, por pomposos

y

solemnes que sea.u; en

tal caso nos har:í el reproche que hizo en otro tiempo

:í aquel pueblo carnal é insensato : 'Este pueblo me

honra con los labios ; mas sn corazón está lej os de mí.'

Y por eso fué un pueblo reprobado,

y

mereció oir de

la boca del mismo Seíior estas terribles paiabras:

'Vos, non populns meus: vosotros no soi mi pueblo.' -

Yo otros sois testigos, amados hijos, de que la

relajación ele costumbres va siempre en aumento ; la

disipación, el amor á la moda, al lujo;

y

lo que es

consecuencia necesaria de todo eso, la indiferencia

y

frialdad para la práctica de la sólidas virtudes cristia–

nas y eficaz empeño para la eterna salvación. De aquí

procede que las mismas solemnidadc

y

fiestas de los

más grnndes misterios de nuestra ºRedención, sirven

para la disipación

y

relajación que tanto deploramos ;

pues, en esos días santos se cometen mayores des–

órdenes y pecados non la crápula, bailes y embriagueces.

Por cuyo motivo, Nos reprobamos nuevamente

y

pro–

hibimos lo altares

y

velorios que suelen hacerse por

las fiestas !le avidad, con el pretexto de festejar al

r iíio Dios. Lo' propio decimos de la Misa que, para

el mi mo obj eto, e celebran con acompaiíamiento de

músicas mundana

y

del todo impropias á la majestad

y

santidad de nuestra Religión augusta. , Y sobre este